
A Gustavo Piccinini y Silvana Sabatelli
I
Un primer intento ciego se deshizo. Fue lánguido aquel beso de bruma
alicaído. Habíamos tirado esa pared y descubrimos del otro lado una hermosa
ventana en arco de bordes celestes. Sabíamos que estaba allí, pero hasta ese
día, no se nos ocurrió haberla visto. Un gesto triste. Nulo. Ahora el lugar
vacío era más grande. Y yo y vos en casa, y todo el tiempo por delante (tal vez
otras casas y otros cielos enmarcados, bonitos o terribles).
En esta casa vaciada por dentro, yo te construyo un cuerpo enfrente, el
mío. Así empieza la felicidad, un camino de caracol celeste y blanco con la
casa a cuestas, con estufas cuando llueve, con pisos de ladrillos desparejos y
muros enormes, que la cresta enhiesta de una palmera corona. No somos
arquitectos árabes, lo sé, y no haremos palacios voluptuosos de nuestra
felicidad pequeña. Somos apenas caracoles y chorreamos sin poder impedirlo, esa
baba pegajosa por donde nos arrastramos. Esa vida que vamos perdiendo. Entre
ventana y ventana, en los cuadrados gastados del patio, en los canteros sin
flores y el enorme corredor que no me canso de barrer, está nuestra locura.
Te confieso desalmado, que no sé vivir,
que todo se divide bajo mis pies, que engaño, me engaño, veo doble y sólo la
escritura me devuelve una cierta integridad. Yo creo que aún se puede vaciar
más esta casa, cercarla de manera que nadie espíe lo que sucede dentro.
Prohibirla, tabicarla, abrirla más al cielo. Podríamos incluso sacarla al
campo, inundarla en parte. Es tan agua esta felicidad que quiero hacer con vos,
que no quiero más mojarme solo, sin manguera, sin bebés flotando, sin patos,
sin casa.
II
Siempre jugamos. Estoy jugando. Siempre
jugamos y vos siempre ganabas. Si yo vencí finalmente, fue porque vos me
dejaste. Ahí es tu locura rubia y limpia como cuando yo te soñaba... Te encontré
en ese cuarto que vos quisiste hacer en el lindero del fondo, donde la tierra
tiembla con cada tren que pasa. Altar pagano, cocina de fragancias,
enumeración. Ese lugar desbordado de pecados, un confesionario. Fue milagro que
lograras mi respeto por tu antro apenas estuvo hecho. Ante esa magia me inclino
en el inicio de esta felicidad llena de miedo, vaciada como un molde en
nuestros cuerpos.
III
Desde nuestro cuarto, bajo la gran
palmera, se ve la Casa. Yo te festejo casa, antigua casa, muros blancos,
ventanas arqueadas, aire andaluz, vidrios celestes y rosados, libros y perros.
Te festejo por tu arrullo que anuncia un ronroneo de mujer ávida y sincera, que
vino a habitar esta colección de fantasías (que se me despegan), y que yo llamo:
nuestra casa.
Texto: Eduardo Magoo Nico
Foto: Gustavo Piccinini
No hay comentarios.:
Publicar un comentario