viernes, mayo 20, 2005

Sáficas




Bellos y nobles son los amigos que tu atormentas Reproche. Concédeme que mi amada aquí llegue a salvo, y que olvide los errores que en el pasado he cometido. Ve, llama todas esas cosas y disuélvelas.



Los hombres no pueden del todo ser felices, pero pueden intentar de la felicidad, ser parte. Aquí sobre el altar la carne de este cándido ariete. La fatiga le ha extenuado el corazón. La noche se acerca. Hacia ti mi pensamiento no podrá jamás cambiar. El dolor envuelve mi mente y fuera de mí vuela Deseo que sigue la sombra de la diosa de seno morado. Que vaya errando y vuele en torno a ti que eres bella y que disfrute como yo cuando te miro de frente. Y esto debes saberlo en tu corazón, que yo de todas las cosas, seguir la entera noche en fiesta quisiera, que muchas y bellas fiestas vivimos, que también tú un tiempo fuiste feliz y amabas cantar, cantando tu amor y el de la esposa de pezones violáceos. Esta visión verdaderamente me ha turbado. Apenas te miro un breve instante, nada más puedo decir, y deseo y bramo con mi llanto.

Me parecías una niña pequeña y desgraciada. Eros sacudió mi cuerpo como la ráfaga que irrumpe y desvasta el bosque de encinas. Yo te deseaba y has congelado mi corazón ardiendo. Y por ello, creo que nunca verá la luz una muchacha que te iguale en Sofhía. Yo amo la fineza y tú lo sabes, y a ti la estima por el sol te ha dado en suerte gracia y esplendor.

¡Delirio! ¡Tú que atravesando la negra noche das vueltas y vueltas y al Sueño, suave dios, terriblemente inquietas!

Pero ella quiere andar, coetáneas de Armonía, danza centelleante de alegría sonora. Con ustedes, sobre el carro de las mujeres delicadas de Illío, donde el dulce sonido y el arpa se confunden. Con voz aguda las vírgenes entonan el canto arcano y llega hasta el cielo el eco potente. Por todos lados en las calles, hay jarras y copas. Mirra, vino e incienso se mezclan. Mujeres ancianas gritan: ¡eleléu! Y todos los hombres alzan alto el clamor que agrada a los dioses.

Ella deseaba andar Reproche, y me dejaba llorando mucho rato. Y luego secando mis lágrimas con su pañuelo, me decía: Ah, que penas horribles sufrimos, querido amigo. De verdad, que contra mi voluntad te dejo. Pero yo no conozco ira o rencor, mi corazón está templado. Y así le respondía: Ve y sé feliz, y de mí guarda memoria. Tú sabes cuanto te he querido, pero si no lo recuerdas, entonces quiero mencionarte todos los momentos intensos que hemos compartido. Con ungüento floral aplacabas los ardores y no había reunión ni sacrificio ni fragor ni danza en la cual estuviéramos ausentes…

Ahora, entre las mujeres chipriotas se alza como entonces, puesto el sol, la Luna con sus dedos de rosa. Supera todas las estrellas y posa su luz sobre el mar salobre, como sobre los campos cubiertos de flores, y el rocío se ha difundido y están en flor el mirto y el trébol. Con voz de miel canta Afrodita y su mano juega con el ramillete de violetas que asoma entre sus senos. A su llamado el ruiseñor (nuncio de Primavera) me lleva.

El vello se eriza. Los muslos se contraen. Sudan. Quiero tener compañeras, dice. Pone en torno a las cabelleras, coronas graciosas. Plena se mostraba la luna y las muchachas se dispusieron en torno al altar. La diosa tomó entre sus brazos a mi amada y destacándola del círculo, ante mí la presenta.

Esposo afortunado -dice sonriendo Afrodita- no ves que ya se han celebrado las Nupcias? Siempre estará contigo la muchacha que soñabas... ella será tu Eco...

¡Delírio! Tú, que como un cometa de mil colores, atraviesas la noche oscura cuando el Sueño, dulce dios, cierra sus ojos.

Ha caído la luna. Eros, que regala dolores, duerme sobre el seno de una ternera preñada. El tiempo transcurre. La medianoche pasa. Yo duermo sólo. A mi lado huele a violetas un pañuelo, empapado de lágrimas. 




Texto: Eduardo Magoo Nico (Un ejercicio de reescritura de fragmentos de Safo).



     




El clítoris de Amalita




¡Oh, rector! Supremo emblema

Mármol de Amalia que como el cólquico

De la tierra emerges, solo estambre

Color de ojera



Tú que dilatas, suprimes o extingues

De los otros el deseo

Encuentras tu cuna: ¡Oh, dorado niño!

En la punta avulvada de mi sexo



Que el éxtasis de tu clarín, resuene en carneas praderas

De cuyo oloroso ramo, tú la flor más excelsa

Y que las argentinas tráqueas, abriéndose

Atraganten el placer jocundo



Pues nada hay más luminoso y cierto en este mundo

Que las maravillas que provocas

Con tan sólo un toque, de tu dueña

En la mollera



Como tal ensoñación de turco

De mil y una maneras renovada

Así la patria cree en su bandera

Y en el mástil que sublime la enarbola

Sobre tantas ebúrneas astas, que la pampa entrega



En la viscosidad de tus urdimbres

¡Sagrado e inmortal nenúfar!

Nácar de dioses tú segregas

Que por siempre regirán lúgubremente

El pase a la inmortalidad de esta otra Eva



Generaciones y generaciones de argentinos

Cada vez más pequeñitos

Con sólo un frágil, fragilísimo dedito y la inocencia de un E.T.

En el mausoleo de tu cuerpo embalsamado

Temblando rozarán el marmóreo botoncito



Alcanzarán entonces: ¡Oh, virgen del futuro milenio!

En el imperceptible contacto

La fulmínea revelación de ser ladilla

Y como Lacroze, tordilla

Pero en la tropilla, de su solo (medio) pelo



Texto: Eduardo Magoo Nico

Ilustraciòn: Gustavo Piccinini