domingo, julio 31, 2011

Alejandro Rússovich



¿Quién es Witold Gombrowicz?

Cierto día del año 1969 me estaba afeitando mientras oía la voz de Rosa María, mi esposa, entrecortada por el ruido del agua cada vez que abría la canilla. Tal como ocurre con frecuencia, ella estaba hablando por teléfono. Cuando cortó, tuvo que repetirme, porque no la oía bien: —Murió Gombrowicz. La maquinita de afeitar, suspendida en el aire, y mi cara inmovilizada en la expresión de "cara en el espejo" es todo lo que recuerdo del momento en que supe que el autor de Ferdidurke había pasado del estar al ser.


¿Quién es Gombrowicz?

¿Quién es Gombrowicz? Digamos que es una pregunta típica. Profunda y típicamente ferdidurkiana. Toda su obra es un reflejo, una representación; para decirlo con palabras de su maestro Schopenhauer, de su voluntad de ser él mismo, de su obsesión de mismidad. Al final de su vida exclama: "No he encontrado más respuesta que ésta: no sé cuál es mi forma, lo que soy, pero sufro cuando se me deforma. Así sé al menos lo que no soy. Mi yo no es otra cosa que mi voluntad de ser yo mismo." Habría que formular entonces la pregunta de otro modo: ¿quién no es Gombrowicz? Si alguien de sopetón me preguntara quién no soy yo, creo que lo primero que se me ocurriría es nombrar a alguien que amo. ¿A quién amaba Gombrowicz? Sin lugar a dudas, reverenciaba a Schopenhauer, a quien, según su costumbre de otorgar títulos, solía llamar "El genio de Dantzig"; en compañía de Federico Nietzsche, de Thomas Mann y de Sigmund Freud, hacía suya la tajante divisa del filósofo: el mundo es mi representación y, lo mismo que ellos, afirmaba la absoluta primacía de la voluntad sobre el intelecto. Pero venerar no es amar. Y lo más que puede inspirar un filósofo, según Kant, es ese sentimiento puro y elevado, ecuánime, pero algo rígido y exangüe, que es el respeto. Una cosa sí es segura, me consta, y él aprobaría calurosamente que yo lo diga: amaba a Rabelais, a Shakespeare, a Montaigne, y ¿por qué no decirlo? amaba a los perritos.


Aurora y los perritos

A mediados de los años '40 Gombrowicz publicó una revista underground, de la cual desgraciadamente apareció un solo número, que yo tengo como una especie de incunable, llamada Aurora, revista de la resistencia. Comienza con un manifiesto:

"Puesto que en la prensa literaria de la Superficie ya no se puede escribir, porque todo choca, nos vemos obligados a descender al subsuelo para hacer oír de vez en cuando la voz clandestina de esta Revista. ¡Atención! ¡Mantened la santa llama de la resistencia! ¡Apoyad al tibio Comité de la Resistencia y al subterráneo, discreto y lento Movimiento de Renovación! Enviadnos cartas: Aurora, Junín 1381,1°B. EL COMITÉ."

El primer anuncio publicitario dice: "Un perrito blanco lanudo, y bien alimentado".

Quiero reproducirla más o menos extensamente, porque se trata de un escrito inédito de Gombrowicz, en donde se dan algunas claves de su relación con el mundo intelectual argentino, que de alguna manera reflejaba su actitud provocadora y distante con respecto al mundo intelectual de Polonia. El artículo de fondo dice:
"¿Qué aspecto ofrece el campo de la literatura? ¿Sería de nuestra parte un exceso de atrevimiento decir que el campo, a pesar de tantos y tan excelsos talentos, resulta algo aburrido? Es verdad que todos funcionan y se sabe que Borges publicará un nuevo libro de altos quilates, Capdevila un volumen de romances y Larreta una manzana. Pero no hay vida. Todos estos hombres no son hombres sino meras abstracciones o mejor dicho, muy talentosas y capacitadas fábricas. ¿Acaso se puede exigir de Capdevila que sea Capdevila cuando Capdevila además de ser Capdevila es también Doctor y Profesor y Poeta y, por añadidura, redactor de La Prensa? ¿Acaso Larreta puede ser Larreta, así como un diamante es sólo diamante, cuando Larreta tiene que ser un monumento de clásica casticidad? Borges ya se ha vuelto demasiado borgiano y, francamente, Barletta nos resulta demasiado Barletta. Todo esto es monótono. Es cosa rara hasta qué punto el pueblo no se parece a su Literatura. ¿Cómo es que el pueblo se atreve a ser tan insolente? ¿Por qué la gente no es metafísicamente asirio-babilónica como Borges, monumentalmente castiza como Larreta, y orientalmente árabe como Capdevila? ¿Por qué al tonto pueblo le gusta la palabra directa y ágil, mientras su Literatura a menudo se deleita con un Verbo ornamental, retórico, rebuscado y un tanto estéril? ¿Por qué será que un inculto vendedor de diarios se permite expresarse con más soberanía, originalidad y belleza que todas las revistas que vende junto con todas las personas cultas que las compran? Si esto sigue así habrá que formar otra Academia de Letras compuesta de analfabetos, porque no cabe duda de que son ellos los que hacen una literatura más vital. Pero si los incultos se expresan mejor que los cultos, si a medida que trepamos en la pirámide social tanto más se deja sentir una parálisis general, esto significa que algo anda mal en esa cultura. Si en privado somos ingeniosos, creadores y llenos de chispa, mientras en público nuestra voz sufre un leve apagamiento, esto prueba que nuestro estilo público está por debajo de nuestro estilo privado. En casa somos vitales porque somos nosotros mismos, pero en público ocultamos nuestras verdades internas y nos convertimos en voceros de la Abstracción. Debemos, pues, comprender que nuestro estilo público es malo y como leones, tigres y águilas irrumpir sin timidez, ni miedo, ni cálculo, en este solemne recinto oficial que nos inspira demasiado respeto. ¡Así lo proclama el Comité de la Resistencia!"

Sigue un anuncio que dice "Cambiamos un perro negro mordedor por 2 viejos". Más adelante hay otro aviso que dice "Lindas y gordas pulgas con dos perros y una perrera". Se transcribe un telegrama llegado a la revista. "Me adhiero con entusiasmo, pero en el subsuelo, porque en planta baja soy neo-universalista, en el primer piso, nominalista, y en el segundo, kierkegaardista, Jean Paul, sastre de medida para caballeros". Sigue un anuncio que dice "Perros ordinarios sin raza para un acuario". Hay un artículo acerca de la nueva Florencia; la transcripción del discurso de un orador en un banquete:

(La escena representa Un Banquete. Personajes: El Orador y el Público)

EL ORADOR: L'ETERNEL SOURIRE DANS LEQUEL LA GRACE ET L'INGENCE... (y se quita la corbata).
EL PÚBLICO: algo extrañado.
EL ORADOR: LA CLARTE DE LA PENSEE ET L'INSUPERABLE ESPRIT DE LA MESURE... (y se quita los zapatos).
EL PÚBLICO: más extrañado.
EL ORADOR: L'ELEGANCE EXQUISE ET LE CHARME... (y se quita el saco).
EL PÚBLICO: muy extrañado.
EL ORADOR: LA DISTINCTION, LE TACT ET LA FINESSE UNIES AU BON GOUT... (y se quita los pantalones).
EL PÚBLICO: se levanta
EL ORADOR: LA CRAVATE, LE VESTON, LES BOTTINES ET LES PANTALONS... (y se quita todo lo demás). TELON.

Ese artículo está precedido de un aviso: "Un perro amarillo fofo y nuevo".

Estoy leyendo esta revista porque de alguna manera la redactamos en colaboración. El castellano de Gombrowicz entonces no era tan correcto, y algunas de las frases o de las ideas de esta revistita las discutimos, y especialmente los anuncios. Muchas de las noticias del mundo intelectual porteño las tenía Gombrowicz a través mío, y sobre todo a través del poeta Mastronardi, que formaba parte del círculo de la revista Sur.

"LA PIADOSA FLORENCIA. A nosotros Francia nos encanta; palabra ¡nos gusta París! Pero ya no podemos soportar ese eterno culto a la Madurez ajena cuyos sacrilegos ritos nos colocan siempre DE RODILLAS. Antes de cruzar las espadas con la Suma Sacerdotisa del culto inmaduro de la Madurez, Victoria Ocampo, que nos sea permitido tributarle un cortés saludo. Victoria Ocampo es inteligente y tiene personalidad ¡Viva Victoria Ocampo! Empero esta poderosa Dama Mundana, esta alma violenta y apasionada, bañada en ignotas infinitas soberbias, indescriptibles y sangrientos lujos del Medioevo Suramericano, por un indescriptible Misterio de su Iglesia Interna se convierte en una niña temblorosa cuando se enfrenta con lo que ella misma llama "Valéry y Francia". ¡Muera Victoria Ocampo! Vedla como se esquiva, se aniquila, se inmaduriza ante Valéry. "Valéry me había deslumbrado y sofocado". "Qué emoción la de ver tantos nombres conocidos delante de los platos aún vacíos. ¡Qué oportunidad inaudita para una sudamericana —cactus en maceta— que cree en la literatura religiosamente". "Yo veía en él el más perfecto símbolo de Europa, de su preeminencia, de su cultura, de su hechizo, de su calidad, de su exactitud soberana". En vano se defiende: "Nunca sabrá él todas las energías que yo desplegaba para resistir el poderoso soplo...".Y toma todo muy a lo trágico: "Su cortesía con las mujeres me daba vértigo"

Sigue un anuncio que dice: "Se busca un perro grande para achicarlo"

"¿Es éste, pues, el tono de una Ocampo y, más aún, de una Victoria Ocampo, ante uno de los innumerables genios franceses? Pero chiquilla, aunque no fueses Victoria sino la más humilde y más inmadura de las hermosas hijas de esta tierra, no te conviene arrodillarte ante nadie fuera de Nuestro Señor Jesucristo. Levántate y mira a tu alrededor con más serenidad. Ese asunto de la inmadurez americana y de la madurez europea está ya muy gastado. Ni América es tan inmadura, ni Europa es tan madura. El que quiere conseguir la soberanía espiritual frente a las personas y culturas mayores debe comprender primero: que los mayores también son inmaduros aunque en distinto plano; segundo: que nos conviene apoyarnos firmemente sobre nuestra propia realidad. Sobre estas dos verdades, como sobre dos pilares, se basará de ahora en adelante la política Intercontinental de nuestro discreto pero eficaz Comité de Resistencia."

Se anuncia: "Un perro lindo y grande con cachorros y dos perras".

En esos días tuvo lugar en Buenos Aires una reunión internacional del Pen Club. Fue un acontecimiento cultural de primera magnitud. Se trataba el tema del intelectual y del escritor comprometido. Uno de los principales representantes de esta polémica era precisamente Jean Paul Sartre. Otro tema era el de la responsabilidad por la palabra. Yo tenía una vieja máquina de escribir; todavía la conservo. Era de mi abuelo, y se le podían cambiar los tipos, y yo me obstinaba en escribir mis monografías para la facultad con esa máquina, con el resultado de que me equivocaba terriblemente y tenía que interrumpir a cada rato porque no tenía otro instrumento adecuado. Gombrowicz se reía mucho de esta esclavitud mía respecto de la máquina de escribir, y en esta revista aludiendo a esa problemática del Pen Club, cuenta:

"Otra costumbre muy aburrida es la de la excesiva Responsabilidad por la Palabra. Fíjense en lo que le ocurrió al escritor Hipólito Alonso Pereiro, cuyos lemas inquebrantables eran: Método, Lógica y sobre todo. Responsabilidad. Estaba escribiendo a máquina la primera frase de su novela "EL MUCAMO PREGUNTÓ A MATILDE SI HABÍA ORDENADO LLAMAR EL COCHE Y ELLA QUISO CONTESTARLE PERO..." mas en vez de "pero" por un simple error salió "PERRO"... Otro literato con menos fuerza de carácter hubiese sencillamente corregido el error; no así Pereiro quien, consciente de su alta misión, no vaciló en aceptar la plena responsabilidad por la palabra. "...QUISO CONTESTARLE PERRO" —prosiguió— "Y ASÍ PUES LE CONTESTÓ. —¡PERRO!—GRITÓ— ¡INSOLENTE PERRO!". Y con el infalible Método que le caracterizaba, el Escritor estructuró en seguida la respuesta del mucamo... "SI YO SOY UN PERRO. ENTONCES USTED, SEÑORA ES UNA PERRA". Mas, desgraciadamente, por un nuevo error del teclado la máquina en vez de "PERRA" escribió "PERA" y el Creador de nuevo no titubeó en afrontar con la cabeza erguida la terrible realidad y sacar del hecho las debidas consecuencias. SÍ, PERA PERRA, ES DECIR PERRA PERA ES USTED PARA MÍ, SEÑORA, PORQUE SEPA QUE ME GUSTA LA BRUTA (¡Desgraciado! quiso escribir "LA FRUTA", ¡pero ya era demasiado tarde!) ¡¿AH, AH, AH, SOY BRUTA?! QUE ME MUERDA... (¡Infeliz! Era "MUERA"). —¿MORDERTE? ¡CON PUSTO! —¡INFAME! ¡SOS COCO! —¡LA COCA COLA ES USTED! —¡LOCOCO! ¡CO-COCO!! COCOCOCOCO XETEIUGBJNDLOEMXEVGZY % 35 MUGSFEYTRBOLPITIU... Ya veis a qué conduce la excesiva Responsabilidad por la Palabra."

El anuncio dice: "Muchos perros con muchas perras en muchas perreras". Y después de otro anuncio "Dos perros bien alimentados en estado de descomposición", viene la palabra final:

"PALABRA FINAL: Si has perdido la sensibilidad para las verdades frescas y sencillas, si te falta el sentido del humor y de la poesía y no sabes divertirte con los perros como un niño, no leas, te lo rogamos, nuestra Revista. Pero a lo mejor también se te escapa la profunda seriedad de esta bella Aurora que sólo finge ser ingenua... por ser muy pequeña... Hazla crecer y verás entonces con qué ímpetu (tibio y discreto) se abalanzará sobre tus demonios. No digas que éstas son macanas, metiéndote el dedo en la nariz con aire de superioridad y suficiencia. Tienes que saber que el Comité mandó a pasear su inteligente perrita para palpar el ambiente y comprobar cómo vas a reaccionar frente a un Espíritu bienhechor y nuevo. Sólo por casualidad y por gusto hemos empezado con París y Victoria Ocampo, pues del mismo modo podríamos empezar con Barletta y su Teatro del Pueblo. Debes leer en estas dos páginas más de lo que está escrito... y tratar de reconstruir el esqueleto de nuestro perro a base de este hueso que te regalamos."


Aquí Gombrowicz!

Sus relaciones con el mundo intelectual y artístico argentino están aquí reflejadas de manera ejemplar. Una noche salíamos de la confitería Rex y nos cruzamos con Borges, que venía en dirección opuesta. Yo se lo señalé, y entonces Gombrowicz, que alcanzó a verlo de espaldas, cuando ya estaba a algunos metros de distancia, gritó apretando el índice contra su pecho: "¡Aquí Gombrowicz!". Borges pareció titubear, confundido, trastabilló, y sin volverse siguió caminando con su paso algo vacilante. Por ese entonces Gombrowicz no había leído los escritos de Borges. Más tarde, ya en Europa se sintió fascinado por algunos textos, en especial La muerte y la brújula. Recientemente, el escritor Juan José Saer ha trazado un paralelo notable entre Borges y Gombrowicz, sobre todo en cuanto a la posición distante y comprometida que ambos mantuvieron frente a la cultura nacional, polaca y argentina respectivamente. Una vez llegó a Buenos Aires en visita oficial, como presidente de la Sociedad de Escritores Polacos, Jaroslaw Iwaszkiewicz, novelista y poeta que antes de la guerra comandaba uno de los reductos más exclusivos de la literatura polaca: el grupo "Skamander" que se reunía en un célebre café de Varsovia, al que también concurría Gombrowicz, formando él, eso sí, rancho aparte con su propia mesa, rodeado de jóvenes iracundos, principalmente judíos, olímpicamente ignorados por los poetas oficiales del grupo Skamander, como aquí lo serían Gombrowicz y sus jóvenes acólitos por el círculo hermético de la revista Sur, comandado por Victoria Ocampo. La última vez que vi a Iwaszkiewicz fue en una película de Wajda, Las señoritas de Wilko, sobre un texto de Iwaszkiewicz, que aparece en la película al comienzo y al final como pasajero del tren, algo así como acostumbraba hacer Hitchcock. El caso es que por no sé qué circunstancias Iwaszkiewicz se vio encumbrado y condecorado por un régimen político que por aquellos años de rígido realismo socialista había prohibido la impresión de toda la obra de Gombrowicz. Gombrowicz vegetaba entonces como ínfimo empleado en el Banco Polaco y quiso aprovechar la visita de Iwaszkiewicz para llamar un poco la atención sobre su figura en la colonia polaca de Buenos Aires; concretamente, para mejorar su situación, y sobre todo su pequeño sueldito en el banco. Con motivo de una recepción en honor del ilustre visitante, que organizó el Banco Polaco, se le ocurrió a Gombrowicz tramar, con mi alegre colaboración, una pequeña farsa, a las que éramos tan aficionados. Me hizo aprender unos versos de Iwaszkiewicz con toda la entonación y ademanes apropiados para una declamación fervorosa y entusiasta. Me presentó a Iwaszkiewicz como un joven argentino que influido por él se había convertido en admirador incondicional de su poesía, y como muestra, me pidió que recitara algunos fragmentos. Todavía recuerdo esos versitos: zlote motyle byalich piur (...) eso quiere decir algo así como: "las doradas mariposas de blancas alas se balancean en el horizonte. Es la hija de las cuatro estaciones, Zenobia, en la que el viento se metió".
Iwaszkiewicz no entendía nada. Alternativamente pálido y ruborizado, terminó dándome tímidamente la mano, murmurando alguna frase en polaco, que yo fingí entender, agradecido y radiante.


La forma de Gombrowicz

Desde el comienzo, caracterizamos y reconocemos a ciertos personajes, a veces por una sola idea. El ser de Parménides, el devenir de Heráclito, el reino de las ideas de Platón, la lógica de Aristóteles, obsesiones que se llevan hasta sus últimas consecuencias. Un pintor, un músico, un artista, persigue incansablemente la realización de una idea. Kant se pregunta cómo son posibles los juicios sintéticos a priori. Hegel persigue a través de su obra inmensa la caracterización de algo que es la Idea, el género humano, la historia. Schopenhauer, la voluntad de vivir, Nietzsche, la voluntad de poder. Para Gombrowicz esta obsesión era la Forma. ¿Y qué es la Forma, qué significa? Podríamos preguntar, ya que tanto lo obsesionaba, ¿cuál es la forma de Gombrowicz? El mismo en un fragmento de su Diario que se publicó aquí como Diario Argentino nos dice: "Ningún animal, batracio, crustáceo, ningún monstruo imaginario, ninguna galaxia, me son tan inaccesibles y ajenos como yo. ¿Una idea fútil? Te has esforzado durante años en ser alguien? ¿Y qué has llegado a ser?: un río de acontecimientos en el presente, un torrente tempestuoso de hechos fluyendo en el presente hacia el momento frío que padeces, y que no logras referir a nada. El abismo. He ahí lo único tuyo".
¿Qué amaba Gombrowicz? El mismo nos lo dice: "Amaba a la juventud. No la idea de la juventud, no la promesa ni el porvenir ni la esperanza, porque el porvenir es esperanza de madurez, fijación, seguridad, posesión mezquina de un codiciado "yo".
Amaba a la juventud humana oscura, aplastada por todos los valores de la cultura, sofocada por la seriedad, la historia, las precedencias y las consecuencias, deslumbrada por la majestad de las ideas que su propio ser provoca y genera sin saberlo. Que se refieren sólo a ella, aunque parecen dirigirse a Dios, a la humanidad, al destino sagrado del hombre. Valor en sí, la juventud no lo es, sin embargo lo es, para sí misma. La madurez carente de belleza produce la belleza juvenil. Sólo a través del maduro el joven es consciente de sí, se reconoce como valor. La mediación, lo que a la vez comunica y separa al joven del adulto, es la forma. Como el agua a los peces, la forma, nos incluye, nos limita y determina, nos vivifica y nos mata. Existir es formarse, informarse, deformarse, conformarse y no conformarse. Ser ser, es ser forma. No hay salida, no hay modo alguno de eludir el conflicto, porque el conflicto nos constituye. En esta lucha se configura el mundo humano. Emerge o se hunde la cultura. Se crea y se desvanece a cada instante la inaprensible esencia del hombre. La madurez, la inmadurez, la forma, son los grandes temas que resuenan con mil matices, con tonos iridiscentes, violentos, armónicos, disonantes, obsesivos, a través de la obra escrita de Gombrowicz, fragmento privilegiado de la obra total que fue su vida. De aquí arranca toda la fuerza configuradora que estos temas alcanzan en sus escritos. Se trata de un conflicto personal, vivido y sufrido hasta sus últimas consecuencias. Eso que Nietzsche quería para sí mismo: vivir su filosofía, fue para Gombrowicz su modo privado y público de existir, su pan de cada día. Convivir con él me ponía de continuo ante esa rara identidad de vida y obra. Su voluntad de forma imprimía a toda su actitud, a cada uno de sus gestos, un sello particular de deliberación y autoconsciencia. Sus ademanes cortantes, nítidamente perfilados, su voz de inflexiones marcadas, de timbre perentorio, irónico, levemente nasal, eran piezas diseñadas para el juego, o más bien duelo perenne con la forma. Para decirlo con las palabras con que describe a uno de sus personajes: no hacía nada más que comportarse. Se comportaba sin parar, sólo que acentuando lo convencional del signo, poniéndolo por eso mismo en evidencia, desnudo y libre, apuntando de modo inquietante hacia algo todavía no formado, hacia esa tierra de nadie donde se engendra el significado. Digo tierra de nadie porque lo que allí surge no pertenece al individuo aislado. Si así fuera, nada podría explicar la existencia del lenguaje, de las múltiples formas codificadas de la comunicación. No es en mí donde nace mi forma, mi pinta, mi facha, o para decirlo a la alemana, mi Gestall. No fui yo quien la inventó. La forma que me define ante mí y ante los otros puede ser mía, ¿pero quién es el que dice "mía", dónde está, qué es ese yo inaprensible que llama "mía" a mi facha, que se recubre de una identidad puesta desde afuera, forrado de valores, titubeando entre el prestigio y la vergüenza, sabio, idiota, heroico, cobarde, responsable, irresponsable? Desde alguna parte, acuñada en mi memoria, la voz de Gombrowicz me responde: —Inútil, Russo, preguntar. Da lo mismo. La cosa no está en usted ni en mí. Está entrenosotros. Yo ante usted. Usted ante mí. Nos hacemos. No somos dos, somos "entre".

Cierta vez cayó en mis manos un libro, ¿Qué es el hombre? de Martín Buber. Con claridad y rigor incomparable concluía Buber estableciendo el concepto del "entre" casi con las mismas palabras que Gombrowicz. La diferencia era de estrato existencial. Gombrowicz sufría y plasmaba en obra de arte lo que Buber pensaba. Le pasé el libro y lo leyó, primero con desconfianza y, poco a poco, con encanto y entusiasmo crecientes. Aún conservo el ejemplar subrayado por él vigorosamente. Le escribió enseguida a Jerusalem enviándole un ejemplar de El casamiento. Buber le contestó con una hermosa carta en polaco donde, entre otras cosas, le decía que encontraba el mundo de El casamiento mucho más grande que el de Pirandello. Cito aquí algunas de las frases de Buber subrayadas por Gombrowicz. "El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano por encima de todo es que en él ocurre, entre ser y ser, algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza. El lenguaje no es más que su signo y su medio. Toda obra espiritual ha sido provocada por ese algo. Es lo que hace de un hombre un hombre. Pero siguiendo su camino el hombre no sólo se despliega, sino que también se encoge y degenera. Sus raíces se hallan en que un ser busca a otro ser. Como éste es otro ser concreto, para comunicar con él en una esfera común a los dos, pero que sobrepasa el campo propio de cada uno, esta esfera, que ya está plantada con la existencia del hombre como hombre, pero que todavía no ha sido conceptualmente dibujada, la denomino la esfera del entre. Constituye una protocategoría de la realidad humana".
Y digo yo, en esa inexplorada, extraña franja de lo interhumano vivimos, creemos y creamos todo cuanto puede crearse. Es nuestro dominio, es allí donde somos dominados por fuerzas que nos sobrepasan. Ferdidurke, El Casamiento, La Seducción, Cosmos, los tres volúmenes del Diario, abren una perspectiva radicalmente nueva, donde se sitúa el drama. Es preciso acomodar los ojos a este enfoque desacostumbrado que altera sutilmente los módulos, las relaciones de valor, las reglas habituales del acontecer humano. Como Isaías, Gombrowicz viene a decirnos: Reconoce a tus ídolos, observa la materia con la que los fabricas. Es tu propia sustancia. Juega con ellos, si quieres. Pero no te engañes. No te dejes arrebatar por esa estúpida seriedad con que te adoras a ti mismo en ellos. La atmósfera del planeta se hace irrespirable por el hedor del incienso con que les rindes culto. Sangre, pólvora, gases, radiaciones mortíferas, se elevan de los altares que eriges a la raza, la patria, la civilización, la ciencia, la propiedad, el honor, el arte. Destaco estas ideas, en particular el concepto del "entre", porque creo que son las que llevarán más lejos la obra y la influencia de Gombrowicz en los tiempos venideros. Pienso que la crítica actual se limita a glosar algunos rasgos de esa obra sin advertir su verdadera originalidad, eludiendo la problemática expresa de Gombrowicz, lo que efectivamente aporta al mundo del hombre. Estructuralistas, psicoanalistas, marxistas se apropian de su figura, analizan su obra y, como en una fonda española, terminan por encontrar allí lo que ellos mismos llevaron. Todo esto hace mucho por su fama, pero en verdad no mucho por la comprensión y la eficacia de su obra y de su vida. Quien quiera saber algo de él, que lo lea. Allí están sus libros. Para eso los escribió, para eso vivió. Quien quiera conocer a un hombre verdadero, que se acerque lo toque. Que se lo lleve a la boca.


El Morocho

Para terminar, voy a añadir una pequeña colaboración mía que no fue publicada en Aurora, pero que hace unos días preparando esta charla, volví a retomar. Si hubiera habido un segundo número de la revista, quizás Gombrowicz la hubiera incluido. Comienza con una cita del capítulo 3° del libro de las categorías de Aristóteles. Predicamos el término "hombre" de un hombre. Igualmente predicamos, del término "hombre", el término "animal". Luego, en consecuencia, podemos predicar también el término "animal" de éste o aquel hombre, porque un hombre es ambas cosas: hombre y animal. El pequeño relato dice así:
"Volviendo a Buenos Aires desde el campo, en Corrientes, viajaba yo en compañía de un caballo o, como decimos allá, de mi montado. Podía hacerlo porque en aquellos tiempos era posible viajar por el río Paraná en barcos de pasajeros. Mi papá fue comisario de a bordo en esos vapores durante muchos años. Había camarotes con cama, lavabos, y muchas comodidades, inclusive un ventilador. Para hacer las necesidades había, como se usa en Francia, un cuarto aparte, del que podían disponer libremente todos los pasajeros, sin distinción de sexos. Por eso podía viajar yo con mi caballo. Se admitían animales de forma humana, y el mío podía pasar perfectamente por un muchacho campesino algo tímido, porque no hablaba, pero en todo lo demás, semejante a los otros pasajeros. Vestía un pantalón, una remera blanca, y unos mocasines que le cubrían perfectamente los cascos, o vasos, como decimos por allá. Caminaba de modo seguro, y particularmente elegante, y se mantenía erguido sobre sus patas posteriores con tanta naturalidad que nadie hubiera podido advertir su condición de caballo. En tiempos remotos, los griegos, tan amantes de los caballos, los incluyeron entre sus iguales representados por figuras con cabeza y torso humanos, y el resto del cuerpo bella y armoniosamente equino. Pero mi montado no tenía cara de centauro. Era un muchacho común, hecho y derecho. Sólo que no hablaba y, en general, no sabía qué hacer con las manos. Como lo llevaba en mi camarote, cada vez que quería beber, yo llenaba el lavabo y él metía delicadamente su belfo, boca, succionando hasta la última gota de agua. El problema se produjo cuando llegamos al puerto de Buenos Aires. Naturalmente, me proponía ensillarlo para bajar elegantemente montado. Me imaginaba que iba a causar una verdadera sensación a mis amigos, que estarían esperándome en el muelle de la dársena sur.

—Morocho, vení, le dije en guaraní. Eyoko ape; tengo que ensillarte. Pónete en cuatro patas.

No sé si porque ya se había acostumbrado a la posición erecta o simplemente por capricho (francamente a veces uno no entiende a los caballos), el caso es que parecía titubear, y con sus grandes ojos me dio a entender que yo podía montar sobre sus lomos manteniéndose como yo sobre las patas traseras. Al final se puso en cuatro patas, pero la situación resultaba algo penosa. Lo peor fue que señaló con sus torpes manos un gran bulto que se le había formado en el fundillo de los pantalones. Me puse a buscar febrilmente, porque ya estábamos arribando a puerto, un inodoro, o taza, un excusado o algo así. Pero justamente porque el desembarco era inminente, todos los inodoros estaban ocupados, principalmente por lindas damas y señoritas. Algunas aprovechaban para empolvarse y pintarse los labios. ¡Dios mío, yo no sé por qué las mujeres tardan tanto en el baño! Finalmente, un caballero verdaderamente amable y comprensivo se ofreció a ayudarme y pudimos encontrar una suerte de recipiente o tacho. Realmente, la vida presenta situaciones insospechadas."

Fuente:"La Caja. Revista del ensayo negro." N° 8. Junio-Julio de 1994.

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