viernes, julio 13, 2007

Rodolfo Benasso




Reinar sin gobernar

es ser amado

(tal el sueño de los poetas,

los papas actuales

y las últimas reinas de Inglaterra).

Si la belleza se uniera a la virtud

seguramente reinaría,

porque la bondad

no puede ser humillada,

y la belleza,

que pura hiere,

con arte se apacigua.

Si alguien fuera hermoso

y a la vez virtuoso,

reinaría,

quizás sin gobernar,

pero seguramente reinaría,

quiero decir,

sería amado.


Citado por Susana Thénon, Sur n. 312 (1968), de El olor de las hojas, Rodolfo Benasso, Instituto Amigos del Libro Argentino (1967).

Foto: Gentileza de Alejandro Gargiulo (Pihué)

viernes, julio 06, 2007

LUIS FRANCO (1898-1988)


Canción de los niños con hambre (fragmento)

¿Que aún se ignore que el hambre es
peor que todos los inviernos?
Se me saltan los ojos
y los pulsos, ebrios.
Mi rebelión aúlla oscura
más que en la nieve lobo hambriento.
Cantaré como los piratas
pulsando con el viento
y el alma desterrada
el cordaje velero.

Que ignoréis lo demás, no importa:
hay niños con hambre, sabedlo.
Niños que lloran
con llanto de hombre, oh cielos.

El regreso del Moro (fragmento)

(…) Como otros tienen la pasión del juego, el alcohol o los dividendos, yo tengo la pasión del caballo, desde niño y siempre, aunque ya haga años que no sienta consonar con el mío el latido del galope.

Para mí el relincho no sólo es un clarín, con un pulso y vida que no tiene el otro, sino una de las músicas del mundo, que aumenta la hondura del cielo y el verdor de los prados. Para mí el galope sólo tiene paralelo en el arrojado brinco de la catarata o del arco iris.

He trabajado durante un cuarto de siglo en pastos, lidiando con vacunos y yeguarizos. La Morita –yegua de sangre peruana, mansa como una paloma y arrojadiza como un torrente- levantaba tan altas las manos al trotar, que cierta vez, cruzando un callejón muy arbolado, advertí un refucilo a mi costado izquierdo y sentí después un tintineo en el techo de ramas. La yegua había perdido una de sus herraduras…

Hijo de la Morita y nieto de un caballo de carrera de la región, negro y volador como un tordo, el Moro fue, desde chico, un potro excesivamente avispado y travieso.
Lo trajeron a casa, desde los potreros, una mañana muy temprano, a los dos o tres días de nacer, con su madre, que fue atada al tronco del aguaribay del traspatio. Allá corrimos todos, golosos de novedad, a conocerlo. Era negrísimo como una semilla de sandía. Hallábase mamando en ese momento, con las orejitas amusgadas y una de las patas traseras muy apartadas de las otras. De pronto dejó el chupete, se plantó sobre sus diminutos vasos y sus larguísimas canillas, con un ¡quién vive! en las orejas erectas, meneando el breve rabo y removiendo el hociquillo en el paladeo de la última gota de leche. Los ojos: dos gotas de infinito… Se oyó un coro de ponderaciones y arrumacos, en que distinguí hasta la voz de mi madre. (…)


Luis Franco, poeta y ensayista argentino, nació y vivió largamente en Belén, provincia de Catamarca.


“Yo, señor, rasgado de ojos y de corazón, limpio de conciencia y de ahorros, de suerte oscura y risa clara, nací y vivo en un lugar tan huido -betlehemita soy-que amagando juntarse en él los rieles (¿las paralelas no se juntan en el infinito?) el tren no ha podido acercarse.”