lunes, abril 04, 2016

Alejandro Russovich en Paraná



El siguiente es el diálogo que Alejandro Russovich mantuvo con los asistentes a una actividad organizada por un taller literario en Paraná en el año 1993. La misma consistió en la proyección del film "Gombrowicz o la seducción" de Alberto Fischerman, una muestra bibliográfica referida al gran autor polaco, y una conversación con los profesores de la Universidad de Buenos Aires Alejandro Russovich y Rosa María Brenca, esposa del discípulo, antiguos amigos del autor de Ferdydurke.




A.R.: Que me llamen “profesor”, se contradice con postulados típicamente gombrowczianos; si yo tuviese que hablar de mí mismo, en la situación actual, diría que soy un actor sin trabajo, más bien que un profesor de filosofía. Siempre me gustó actuar, y esta película me dio la oportunidad de hacerlo, con un excelente espíritu de taller, como fue la colaboración de todos los estudiantes del Instituto de Cinematografía. En realidad, esta película se gestó primero como un homenaje que se trataba de hacer a Gombrowicz en el Centro Cultural San Martín. Y después, Fischerman y Rabanal parece que pensaron en hacer una película. Entonces nos llamaron a Gómez, a Betelú, a Di Paola y a mí. Ellos dos iban tomando notas de nuestras discusiones y charlas, y de esa manera se estructuró una especie de guión. De modo que buena parte de lo que decimos en la película, ya lo habíamos dicho antes, charlando entre nosotros.

La verdad que evocar una relación juvenil con una personalidad tan fuerte como la de Gombrowicz, no es fácil. Yo pienso que en algunos aspectos, Fischerman interpretó bastante bien, en la película, algo que podría resumir la trayectoria de Gombrowicz en la Argentina: una gran ausencia.

El gran ausente en esta película, es el personaje central, ese de quien se habla continuamente, que imitamos Betelú y yo, principalmente porque en el tiempo en que éramos amigos, nos divertíamos bastante cuando yo lo imitaba, frente a otros en un bar.

Hay muchos episodios, anécdotas que podrían recordarse.

Fundamentalmente yo me siento muy contento en esta circunstancia y en esta ciudad de Paraná, a la cual yo le tengo una simpatía muy especial. Durante años yo estudié enfrente, en el Colegio de Jesuitas de la Inmaculada, así que Paraná, para mí, era la otra ciudad.

A mi me gustaría que abriéramos una charla para aclarar algunos aspectos de la película, aunque yo creo que, lo mismo que un chiste, una película no necesita ser explicada. Produce o no el efecto que tiene que producir de acuerdo a la técnica cinematográfica. Yo creo que Fischerman es un excelente director, y tengo la impresión de que esta película, a pesar de los medios precarios con los que se realizó, es una buena realización.

- ¿Se preparan Obras completas de Witold Gombrowicz en español?

- No, que yo sepa sólo se han editado los tres tomos del Diario de Gombrowicz, que es una de sus obras fuertes, en España. Yo recomiendo mucho sus lecturas, porque hay continuas referencias, directas o indirectas, hacia la Argentina. Él lo escribió acá. En el Diario, Gombrowicz no solamente habla de sí mismo y de su propia obra, sino de una cantidad de problemas que se refieren a su propia filosofía, a su propia concepción del mundo y del hombre, sobre todo. En el fondo, no solamente era un excelente artista y un maestro del lenguaje, sino también un pensador. Tengo noticias que hace poco apareció en Italia un libro sobre Gombrowicz que se llama Gombrowicz filósofo, y es efectivamente, perfectamente posible rastrear ideas bastante profundas acerca de la naturaleza humana en su propia obra, y en una correspondencia que mantuvo con el gran filósofo judío-alemán, o de Europa Central en realidad, Martín Buber, coinsidieron ambos en destacar ese concepto del entre del cual se habla en la película. Esto es algo que Gombrowicz vio muy tempranamente y que anticipaba en mucho la célebre mirada del Otro de Sartre, que de alguna manera reditúa la misma problemática. Es decir que el Hombre no es nada abstracto, nada general, ni siquiera individualmente considerado puede ser definido, sino como el Hombre con el Hombre. Dicen ambos: lo que surge entre uno y otro ser humano. Nos estamos continuamente fabricando, y en ese sentido fabricamos nuestra propia forma. Como diría Gombrowicz: nuestra propia facha.

- ¿Qué formación (profesional) tenía él?

- El era abogado; fue una imposición de su familia. Pero siempre se dedicó a la literatura, y nunca hizo otra cosa sino escribir. Al final, por una especie de conmiseración de la colonia polaca de acá, le dieron un empleíto en el Banco Polaco. Alquilábamos dos habitaciones en la calle Venezuela.

- ¿Cómo lo conoció usted a Gombrowicz?

- Yo lo conocí en una confitería que se llamaba La Fragata, en Corrientes y San Martín. Estaba Adolfo de Obieta y dos amigos, escritores cubanos, uno de ellos Virgilio Piñera, que fue quien dirigió la traducción al español de Ferdydurke, y verdaderamente cuando lo conocí quedé fascinado por su personalidad. Tengo que decir que yo leí a Gombrowicz mucho después de haberlo conocido. Es decir, no lo consideraba ni un escritor, ni un artista, ni un genio, a pesar de que de algún modo eso se decía de él. Si no que lo que realmente me seducía era su personalidad; su modo verdaderamente nuevo y fresco de descubrir valores en la existencia de cada uno, que generalmente quedan ocultos por nuestra educación, prejuicios y una serie de condicionamientos que se revelan como lo que son: imposiciones, valores que aceptamos como obviedades y que no ponemos en crisis. En cambio, en la relación con él siempre se producía una tensión en donde todos esos valores que poseíamos, eran cuestionados de raíz. Era una relación dura, difícil, y muy productiva y fructífera espiritualmente. Así, por lo menos, lo viví yo cuando lo conocí. Poco a poco fui, además, conociendo su obra, y sobre todo a través de los comentarios que él mismo me hacía a medida que la iba escribiendo: La seducción, Cosmos…

- ¿Él nunca sabía la página posterior a la que estaba escribiendo?

- Se puede ver el trabajo en varios planos, en varios niveles. Por ejemplo, él a veces pensaba pictóricamente, diríamos, en forma de bloque, o de rasgos que definían la situación que se producía en esa circunstancia de la novela, si no marcaba el aspecto formal, por ejemplo: ubicuidad. Hay un capítulo de La seducción que comienza precisamente con la ubicuidad, primero de los rayos luminosos, las sombras que se extienden, y todo lo que va ocurriendo en ese capítulo, tiene ese carácter sesgado, ligeramente distorsionado, buscando una finalidad, pero a través de rodeos muy sutiles. El gran problema de la Forma, como lo veía Gombrowicz, era el conflicto entre la madurez y la inmadurez. El inmaduro no tiene la medida de su propio valor, tiene que dárselo el otro, el formado.

- ¿Gombrowicz tenía miedo a la vejez?

- Sí.

-¿Gombrowicz no quiso entablar relaciones con la intelectualidad argentina del momento?

- Él era violentamente rechazado por quienes estaban alrededor de la revista Sur, aunque tampoco se lo propuso demasiado. El único puente que había entre Gombrowicz y los intelectuales argentinos de aquel momento era, justamente, el poeta entrerriano (Carlos) Mastronardi. Hasta que una vez, en un bar, Mastronardi empezó a hacer algunas alusiones de un tono un poco desmedido, o subido, a cerca de la homosexualidad de Gombrowicz. Y entonces se produjo ese momento en que él dijo: “Le doy dos minutos para que se vaya”, y como Mastronardi no se fue, se fue él. Fundamentalmente, el punto de vista de él, de Gombrowicz, era que la poesía, como el azúcar, en estado puro, concentrado, empalaga; mientras que en un café con leche resulta muy agradable. Después de todo, él era un gran admirador de los grandes poetas polacos, incluyendo al poeta nacional de Polonia.

-¿Por qué Gombrowicz se quedó 24 años en Argentina?

- El barco que lo traía atracó en Buenos Aires, y entonces estalló la Guerra (mundial). Lo que decidió el capitán y la tripulación del barco era volverse a Inglaterra, porque tampoco podían volver a Polonia que estaba ocupada. Entonces él se presentó a la Embajada, porque había un ejército, del general Anders, que era de polacos en el exterior. Pero de acuerdo a la revisación médica, no lo aceptaron.

Es decir que él estaba dispuesto a luchar, pero se quedó casi 25 años aquí, donde se convirtió, yo diría, en un verdadero escritor argentino, a pesar que escribió en polaco, pensó y descubrió verdaderamente muchos autores nuestros. En su Diario esto figura expresamente.

-Cuando Witold Gombrowicz se pone nombre y apellido en sus novelas -como en el caso de
Transatlántico- ¿utiliza lo real de su experiencia biográfica, por ejemplo en el conflicto con su padre?

-Yo creo que, por lo menos en el caso de Gombrowicz, escribir significaba poner fuera y dar forma a algo que de otra manera sería imposible de captar. De alguna manera, se da en el caso de Gombrowicz, algo que quizá sea común a muchos artistas: una elevada dosis de narcisismo, de cultivo de sí mismo como una tierra fértil.


Foto: Eduardo Magoo Nico y Alejandro Russovich en Paraná.
Texto y transcripción: Guillermo Meresman.