lunes, mayo 05, 2008

Héctor Viel Temperley


Enfermedad


De espaldas, solo, quieto.

No escucho más que el viento

y a su arena cegante.

Abiertas las costillas

dejo que el sol voltee

su caballo en mi sangre.

Dejo que sobre el hueso

de la frente me marque

su herradura, incendiándome.


Dejo también que el mar

desde corrales

de espuma se abalance.

Que en sus ancas profundas

y frías

bajo mi pecho,

una mano tras la otra

se me espanten.

Y que una y otra vez

su silencio me envaine.

Bajo la hirviente carga

yo, solitario sable.


Cuerpo en la costa, herrumbre

cada vez más tirante.

Yo desnudo en el viento,

yo, sin moverme, dejo

que cave en mis entrañas

una pala radiante.

Que el arenal acose

mis ojos y su enjambre

se irrite por mis párpados,

sin poder despertarme.

Que el mar, oh el mar

después,

como a espada me lave

en ese instante estrecho

que desenvaina en aire.


Mas ya, como en un sueño,

hasta en el mar es tarde.

Yo, sometido a libertad, sujeta

a toda luz mi carne,

yo, impenetrable pese a todo, rígida

como columna de agua amarga el alma,

no sé más que cerrarme.

En mi garganta,

el llanto atravesado como llave.


Frente a la carga inmensa, inmerecida,

yo, sable enfermo, solitario sable.


Ilustración: "Engrudo", Gustavo Piccinini.

Texto: Héctor Viel Temperley, "Obra Completa", Ediciones del Dock, 2006.


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