-Bemba bunda cachucha,
cachumba.
-Chulo chungo chongo,
churrete.
-¡Epa!
-¡Gué!
-¡Guarango!
-¡Grosero!
-¡Botarate!
-¡Cagalindes!
En la glauca niebla, el gris y
el rosa de dos jurídicos flamencos aprobaban, con sus rítmicos
movimientos, la veracidad de la disputa. El alba los sorprendía
metidos hasta las verijas en la fangosa
-Melmosa
-Pringosa
charca dialectal. El Prof
(recién salido del armario) se empecinaba en discutirle todos los
términos a un Padre Ajó (falsamente) encocoritado.
-A mí, que te he siempre
considerado el Nenúfar Fleitas de mis Ballets Rusos, venís a
negarme en este terreno sacrosanto, una merecida satisfacción...
¿Aquí, en esta laguna donde acampó Cafulcurá, te permitís
boicotearme con tu rebelión lexicográfica?
-Amor es honor.
-Honor las pelotas...
Fue entonces, que ellas,
sintiéndose mencionadas, hubiesen deseado mantenerse a flote. Pero
ya todo su cuerpo se deslizaba peligrosamente hacia un abismo que
parecía no acabar nunca, si no fuera porque El Prof (que tenía la
botella de caña bien asida por el cogote) no lograra mantenerlo en
un momentáneo, pero no por ello menos providencial, equilibrio.
Agarrado ahora con las dos manos al cilindro de vidrio, Father Ajó
lograba recuperar la posición erecta.
-Yo te pedí una lectura lisa
y llana (con algún reflejo colorido tal vez, como estas palometas
que andan jodiendo con el calor entre los juncos). Y vos ya te estás
subiendo al taburete del Gran Profesor!
-Suponiendo
que una
lectura lisa y llana,
no fuese una frase hecha, con la suma por demás redundante de dos
sinónimos, y calificara de algún modo a un pez, que no es ni liso,
ni llano, sino más bien chato y oblongo...
-Suponiendo.
-Por qué
entonces no me pasás la botella, que te la estás chupando solo...
-Tomá, no vaya a ser que
pierdas otra vez el hilo de la conversación.
-Sabés que ya no me
acalambro... ¿Serán barros curativos los de estos lares?
-Clorados, fosforados y
radioactivos, seguramente. No es más que un amasijo de mierda, la
pampa húmeda. ¿Dónde creés que terminan todos los herbicidas que
rocían las avionetas?
-Empiezo a sentirme como el
monstruo de la laguna verde...
-Nos estamos metiendo en otra
hondonada.
-¿Y dónde cuernos está la
orilla? Ya perdí los zapatos y encima no hago más que pisar
cangrejos.
-Esperá que me acuerde...
¿Dónde era que se ponía el sol...? ¡Del otro lado del rancho!
-Está clareando hacia donde
vamos... ¡Tenemos que caminar exactamente hacia el otro lado,
huevón!
-¡Soltá la yatebo!
-¡Soltála vos!
-¡Me voy al carajo de nuevo!
-¡Adiós!
-En tu caso, lo repito: asno,
jumento y burro, es todo uno.
-Todo es Uno, en todo caso...
-Mirá lo que me viene a la
memoria ahora: En una orilla de esta misma laguna, nos embarramos
culeando a campo abierto con mi primer amor... ¡Mi primer amor de
verdad!
-Tu primera exmujer, querrás
decir...
-Es lo mismo. No sé si estuvo
tan lindo, pero para uno como yo, que vive encerrado en una pieza,
aquello fue algo épico. Y con el Oscuro atado a unas pajas, junando
como quien no quiere la cosa el cojinche pastoral, sobre su más que
adorado cojinillo...
-Todo lo que vos pensás es
Vicio.
-Dentro de ciertos límites.
-Los límites le quitan
encanto.
-Supongamos que una muchacha
haya sido raptada por unos indios...
-Otra vez con la historia de
"La Cautiva".
-"Due in una carne".
-Dos en un montón de bosta, y
sin esperanza alguna de Malón, como bien has dicho vos.
-Che, me tiemblan las piernas,
estoy empezando a acalambrarme.
-Paremos.
-Si nos paramos, nos hundimos.
-Acá parece que estuviera un
poco más duro abajo...
-El rapto coral, la muchacha.
El cándido beso que salva...
-La historia de Psique y Eros.
La que inaugura todas las historias cándidamente románticas.
-¿Volvimos al Asno de Oro?
-Y a la
flecha oxidada.
-¿Se oxida el oro?
-En
condiciones normales no, de otro modo, no se podría atesorar.
- Es Afrodita la que condena a
Psique, y la envidia de sus hermanas la que acaba con su godurria. Es
una historia de competencia feroz entre mujeres.
-Y después, ella misma se
manda al muere, pretendiendo una belleza que no le estaba
destinada...
-De todos modos, siempre algún
erotómano pintará por allí, para salvarlas...
-¿Y a nosotros quién nos
salva de todas ellas?
-Como ocurre con las imágenes
que se repiten, no hay una próxima vez... Todas son iguales a la
primera.
-Una
hermosa visión que nadie recogerá, por cierto.
-Al fin y al cabo estamos
hablando de Psique: ¡El soplo de la vida, el último estertor!
Habiendo dicho esto, Père Ajó
desapareció repentinamente de la superficie terrestre. Un abismo se
abrió bajo sus pies. ¿Tal vez, por no haber querido nombrarla,
Perséfone se habría cabreado con su augusto cortejante? El agua,
como una broncínea vaselina penetrante, comenzaba a forzarle las
vías respiratorias, cuando El Prof, tomándolo por los cabellos
(pocos, pero siempre resistentes) logró arrancarlo boqueando del
abrazo de Pupila.
-¡Me cago, uahh... en San
Expedito! Gritó Ajó, vomitando un agua melmosa mezclada con
alcohol.
-¡Y yo, en el Gauchito Gil!
-Creer en una imagen, es peor
que enamorarse de un fantasma...
-Digo yo, ¿no nos iría mejor
en la vida si nos concentráramos en salir de este infierno?
-¿Qué pasó con la caña?
-Se fue a pique detrás tuyo.
Igual no quedaba más que un trago.
-Es el que estoy
necesitando... ¡Joder!
-¿Y ahora, según vos, cómo
se zafa?
-¡Je, je! Si uno pretende un
triunfo, hay que aceptar el sacrificio...
A lo lejos una mole negra se
internaba en la laguna con paso cansino y murmurando:
-De chico ya era imbécil,
pero de grande se ha hecho más imbécil todavía...
-¡El Oscuro! Siento pasos de
caballo, escuchá los chasquidos en el agua… ¡Oscuro! ¡Oscuro
viejo y peludo nomás! Es un milagro... ¡Estamos acá! ¡Acá!
El Oscuro pegó un relincho
como para asegurarlos y corrigió de a poco el rumbo, dejando a su
paso una estela de espuma yodada. Su panza lo mantenía a flote como
un barco.
-¡Estos pelandrunes de
ciudad! ¡Después se las dan de escritores... y de gente de campo! Y
terminan en pedo y a los gritos en el primer charco que encuentran.
¡Cuando lo agarre a solas al Papi Ajó, le voy a cantar cuatro
frescas!
Dio una
vuelta en arco buscando los juncos más altos, después encaró por
el medio hundiéndose a cada tranco, pero con la absoluta seguridad
del baqueano, y los sacó asidos de las crines hasta la primera
barranquilla. Se quitó de encima los bultos con un violento sacudón
de su piel caballuna, como si estuviera espantándose unos tábanos.
-¿Por qué será, que siendo
equino, habré nacido negro y hablador? Se preguntó el Oscuro.
Los fijó con desdén desde su soberbia estatura. Y volviéndose con un bufido, en la
justa, precisa, suprema dirección del rancho, cursió de lo lindo.
Texto: Eduardo Magoo Nico
Foto: Alejandro Pi-hué