sábado, noviembre 27, 2021

César Aira - Discurso en la entrega del Premio Formentor de las Letras

 


Un premio tiene algo de final de partida, porque mira en una sola dirección: a lo ya hecho. Pero si la partida se jugó respetando las reglas, estas quedan vigentes después del final, de modo que el juego seguirá, no en un ilusorio futuro de revanchas sino en un plano del presente estriado por los tiempos posibles, entre los cuales tanto el pasado como el futuro son fichas disponibles para nuevas jugadas. Quizás me haga entender mejor con un recuerdo infantil. Cuando yo trabajaba mi ajedrez, con no sé qué  ambiciones de heroísmos cerebrales, uno de los recursos del aprendizaje era reproducir partidas de los grandes maestros de la historia del juego, Capablanca, Alekhine, Tartakower, a veces partidas legendarias, matches por el título mundial o, más dramáticamente, la partida que había marcado el comienzo de la decadencia o la locura del campeón. Llevándome por los comentarios creía entender, o me hacía la ilusión de haber entendido, la razón por la que hacían cada movida, pero al llegar al final sucedía algo que me desalentaba. Uno de los dos contrincantes se rendía. Se rendía, y esto era lo que me desalentaba, no por la inminencia del jaque mate que a mí tanto me emocionaba; se rendía porque preveía que el desarrollo inexorable de la partida, a partir de ese último movimiento hecho por el contrario, lo llevaría a la derrota, no en tres movidas ni en cinco, ni siquiera en diez: quizás en veinte o en treinta. Yo sentía que me estaban robando algo valioso. Lo que me gustaba era ver ese emocionante momento en que el rey quedaba preso en un rincón, no tenía dónde dar uno de esos pasitos suyos de convaleciente, y la muerte lo cercaba. A cambio de la emoción fuerte de esa instancia me daban una fría construcción intelectual, la proyección abstracta de los posibles, que aparte de la melancólica condición de irreal, no tenía otro horizonte que la derrota. Ni siquiera mostraba la dignidad trágica del momento final, sino que ese momento se ocultaba en la maraña bifurcatoria de lo hipotético. Las mentes poderosas de estos gigantes del juego me robaban la culminación de la partida, apoderándose del tiempo, al que obligaban a mostrar sus cartas. Cosas así hicieron que terminara abandonando mis sueños de ajedrez, como se abandonan los sueños de gloria a la mañana siguiente. Pero de esos finales a los que no se llegaba nunca debió de quedarme algo, ese aroma de tiempo adelantándose al tiempo, efectos precediendo a las causas, consecuencias salteándose a sí mismas. Así se abrevió la transición a Borges, cuyos juegos con el tiempo fueron también alardes del poder de la mente sobre ese elemento, que en sus libros no parecía fluir sino articularse como una palabra hecha de innumerables letras que podían reordenarse en distintas conformaciones anagramáticas formando otras palabras, que en definitiva eran todas las palabras posibles. De estos juegos con el tiempo estuvo hecha mi educación. A ella le adjudiqué parte de la culpa por los daños que sufrí en el transcurso de mi vida. Solo una parte. Yo compartía la culpa, ya que al considerar tan importante mi educación, por una propensión intelectualista que me acompañó desde el comienzo, no quise dejarla en manos de nadie que no fuera yo mismo.

 

Una educación es un proceso temporal. Una buena educación pone al tiempo de su parte, para lo cual lo ordena comedidamente en paralelo a su experiencia. No fue mi caso: por una decisión que escapó a mi control, tuve una educación defectuosa. Lo supe ya mientras se realizaba, me daba cuenta de que estaba experimentando una intermitencia de desapariciones, cuando lo propio de una educación adecuada era una acumulación de apariciones. No pude evitarlo. Una megalomaniaca convicción infantil de mi superioridad mental hizo que rechazara todas las insinuaciones del sentido común, con una positiva distracción que ya empezaba a parecerse a la literatura. Y, una vez adulto, frente a desafíos que debía enfrentar con los ojos cerrados, recurrí para explicármelo a la fórmula con la que titulé todo lo que escribí: una educación defectuosa.

¿Cómo pudo ser? ¿Fue de verdad, o un sueño? De un modo u otro, todos los hombres completan su educación y se lanzan a practicar lo aprendido como mejor pueden. Todos la completan a la medida de sus necesidades. En todo caso, van agregando interpolaciones de experiencia al dictado de los hechos y su correspondiente percepción. En mi caso, el proceso del aprendizaje se cerró pronto, no solo por el motivo más extendido, que es el temor de caer en la trampa de una educación crónica, sino por la prisa de empezar a ejercitar mis imperfecciones como otras tantas elegancias literarias. Sí, a veces pienso que fue un sueño, que todos los libros que leí en mi infancia fueron otros tantos sueños. Más allá, un cielo de nubes oscuras caía sobre el horizonte.

Se recurre al sueño cuando no hay otra explicación. Hace muchos años que tengo un solo sueño, quiero decir sueños que son variaciones del mismo sueño, cuyo argumento puede resumirse como la necesidad de llegar a tiempo, o la imposibilidad de llegar a tiempo, ya sea a una partida en avión o en tren, a una reunión, a una cena, a un sitio donde me esperan…. Las variaciones de escenarios, de personajes, de dificultades y escollos o demoras son innumerables, la necesidad de llegar a tiempo siempre está presente. También varía el tono, desde la más angustiada pesadilla a una casi indiferencia, aunque por supuesto nunca es un sueño agradable. He debido conformarme. Mi inconsciente no tiene la obligación de proveerme sueños agradables. Aparentemente sí existe la obligación de que haya sueños, para proteger la saludable operación de dormir, o por un requisito neuronal, o lo que sea. Y este recurso a un mismo asunto se revela como un modo de economizar el gasto narrativo. Sobre todo que sea este asunto, «llegar a tiempo», y no otro, porque su amplitud ceñida (que no es un oxímoron) permite insertar todos los restos diurnos y los deseos ocultos en un relato fluido. Lo que he observado es que dentro del tiempo de la demora en llegar a tiempo hay otros tiempos, globos de tiempo en los que, justamente, me demoro, globos narrativos, que hacen a mi profesión.

Al impartirme yo mismo mi educación en los primeros años de mi vida, como en los últimos he estado soñando que nunca puedo llegar a tiempo, al no aceptar maestros ni consejos, quedé en manos del Hada Atención. Las cosas podrían haber salido bien a partir de ahí. Lo dijo Leibnitz: «Dios nos da la atención, y la atención lo puede todo». Para poder todo hay que administrar bien ese don precioso, al menos tan bien como lo hacen los demás, que reservan la atención para lo que creen importante, en un gesto práctico destinado a evitar una sobrecarga eléctrica en los circuitos cerebrales. Yo, por efecto de las lecturas de las que ya estaba intoxicado, reservé la atención para lo maravilloso. No concebía como digno de mi atención sino lo que estuviera facetado en mil caras, el diamante en cuyo corazón innumerable se reprodujeran las imágenes de mi realidad personal. Ese diamante era un objeto alegórico, pero resultó real. Ahí estuve un día, en Dresde, en la Bóveda Verde o Gabinete de Maravillas de los reyes sajones, a la salida del cual me detuve ante el maravilloso diamante verde del tamaño del corazón de un niño. Ese objeto existe en la realidad, y en la realidad exhausta de los circuitos turísticos. El color, inusitado en un diamante, se debe a que en sus eras bajo la tierra sufrió radiaciones de uranio. Tiempo después leí el diario que llevó el niño Arthur Schopenhauer, futuro filósofo, a los ocho o diez años, en cuyas páginas registra el momento cuando, de paso por Dresde con sus padres, visitó esa misma cámara y se detuvo ante el diamante. Anotó a continuación que, al salir a la calle después de contemplar durante horas los juguetes de oro de los reyes, sintió un gran asombro al ver que los coches y la gente y las casas no eran todas de oro.

Ese diario y ese viaje vienen a cuento: los padres de Schopenhauer, ricos y cultos, dedicaron dos años a recorrer Europa con su hijo para perfeccionar su educación. El niño, aplicado, llevó un diario de cada jornada de ese viaje, que, a lo largo de dos años, fue descansado y placentero, en buenos coches y mejores hospedajes. Conociendo el carácter de los padres, y la trayectoria posterior de la madre, podría sustentarse la sospecha de que la educación del niño fue una excusa para licenciarse de cualquier trabajo y emprender un largo viaje de placer. No podría extrañarnos, ya que casi todo lo que se hace, al menos lo que hago yo, se hace como pretexto para poder hacer otra cosa.

La coda humorística que le puso el niño Schopenhauer a su visita a la Wunderkammer de Dresde, al decirse sorprendido de que en la calle la gente y las cosas no fueran de oro, indica que no habían escapado a su visión infantil los mundos posibles procedentes de la miniatura. Esas cortes de monarcas de bolsillo en sus minuciosos dioramas, la del Gran Mogol con ministros y chambelanes liliputienses, las tropas formadas en filas  intercaladas con lupas para ver los rostros fieros de soldados del tamaño de saltamontes, fortalezas inexpugnables que cabían en la palma de la mano, palacios para insectos con insomnio, eran todos habitantes de la imaginación y la memoria, invocados por el Hada Atención.

Y no era indiferente que fuera todo de oro. Los reyes sajones en la época eran los más ricos de Europa y podían permitírselo. Pero justamente por poder permitírselo, podrían haber elegido otro material. El oro, más allá de los simbolismos fáciles que promueve, de lo solar a lo excrementicio, o la prosaica reserva de valor, es moneda de cambio: puede hacer que lo pequeño se vuelva grande y el sueño, realidad. El oro permitió acercar no ya los opuestos, que siempre van juntos, sino los cuerpos y su representación. Ondulantes geometrías vanas hacen mundo para el contemplador, y uno cree comprender la historia en la que está embarcado, pero esa es apenas una cara de la atención, la atención vista desde afuera. Las miniaturas mentales emprenden un largo camino hacia el mundo, lo supe en el momento en que arreciaban los fastos enciclopédicos de mi educación, y debí saldar mis deudas atravesando páramos de sueño, cavernas con follaje de cristalería y oscuros volúmenes de noche prematura. La iconología de la atención pone la educación a distancia.

Hay un cuadro en París, el Déjeuner sur l’herbe, de Manet, en el que figura un grupo en primer plano, dos hombres y una mujer, y atrás, a cierta distancia, otra mujer que se inclina sobre el agua de un estanque. A cierta distancia, pero no sería fácil determinar con certeza el grado de esa distancia. Hay una ligera pero perceptible divergencia de lo que espera la visión. Sin que nadie haya tenido que decírselo, la vista sabe que el tamaño de los objetos disminuye según se alejan. Con la mujer que se inclina sobre el agua, la expectativa no se cumple, pero apenas. Un observador distraído no notaría nada fuera de lo común; y a ese observador distraído parece haberse dirigido el artista, para que se lleve sin saberlo la experiencia de un presente con dos realidades simultáneas. Claro que todo soñador sabe que no hay realidades simultáneas, lamentablemente solo hay una con la terrible transparencia de lo inexorable, y la capacidad del pensamiento de hacer presente dos espacios superpuestos sobre la red del tiempo es un miserable consuelo.

Vuelvo al proceso de mi educación: el aventajado escolar visto a cierta distancia crece, saliendo de la miniatura de oro bibliotecario en la que ha estado encerrado, se habitúa a las dimensiones que estrena, y se ofrece a su propia mirada, que artísticamente busca el tamaño adecuado. La lógica del espejismo es inescapable. El agua sobre la que se inclina la mujer del cuadro refleja al escolar temeroso, las ondas que expande su rostro son las huellas de la educación recibida, y en un momento más tocan la orilla de la edad adulta.

Este juego de simultaneidades y superposiciones distorsionadas sugiere el juego de la traducción, que en mi caso no fue un juego sino el trabajo al que me llevaron las lecturas y mi propensión invencible a no hacer otra cosa que leer. La ejercí esforzadamente durante treinta años, en los que cientos de novelas pasaron por mis conductos nerviosos. Que esos libros procedieran de la zona de golpes bajos de la literatura no me preocupaba. De sus páginas emanaba un gas alucinógeno que producía células de ficción. Los escrúpulos de la doble realidad eran aplicados a una materia, la literatura, donde sostener la atención era el único control de calidad posible. Dos idiomas se desplazaban por los rieles del interés: mantener el interés a toda costa era imperioso en esa clase de novelas, pero el amplio campo semántico de la palabra interés era el plano donde las distancias se hacían ambiguas. Absorbentes, esas novelas provenían del taller de las sombras, se rendían al monumental defecto previo que yo traía conmigo, mi aporte personal. Me llevaron muy lejos. Se las calificaba de «ficción comercial», aunque en realidad, si puede hablarse de realidad, ficción hay una sola, y si contiene un doble fondo es porque antes hubo una doble superficie.

Así como la simetría solo se advierte en las asimetrías, la lógica de la ficción sólo se advierte en su ruptura, y esta está siempre presente. Solo en la ficción se revelan los distintos planos de la realidad. Las novelas comerciales, por ser comerciales, adaptadas a la evolución comercial de la cultura, están construidas con el mayor cuidado, ya que se supone que al haberlas puesto en el plano comercial alguien pagará por ellas y tendrá derecho a reclamar. Esas precauciones tan cuidadas como las que tomó la divinidad al confeccionar el universo estallan a la vista, hacen visibles los huecos que han evitado. Traduciéndolas incansablemente, durante el periodo más extenso de mi vida adulta, yo volvía a la infancia, al momento en que podría haber descubierto algo que se me escapó e hizo que mi educación quedara en un estado crónicamente defectuoso, aunque no incompleta. Volvía al pasado, pero sin abandonar el presente inescapable.

El mito de la educación defectuosa lo construí a partir de algunos datos que extraje de mi comportamiento, de desviaciones inexplicables en mi conducta, que solo tomaban un contorno preciso si me remontaba a alguna falla o carencia en el pasado. Como en el caso de los ajedrecistas, pero al revés, si cometía un error era porque muchos años atrás había omitido aprender una letra o un número, o el modo de hacer una operación, y ese pequeño hueco viajaba en el tiempo hasta mi presente.

A esa construcción temporal, que califico de mito personal, le doy un verosímil biográfico diciendo que por una prematura manía de grandeza quise educarme por mis propios medios. Sabía que al hacerlo así lo haría mal. Quiero decir, ponía frente a mí la educación adecuada, a la que hacía objeto de un enérgico gesto de rechazo, ya que me llevaría a comportarme como los demás. Suena extraño que un niño no quiera adaptarse a su medio, ser como los otros chicos, ser aceptado. Por supuesto que era lo que yo quería. Pero en el adulto que iba a transformarse ese niño alentaba cierto gesto literario y artístico peculiar, y ese adulto que sería, y que soy, es el que rechaza retrospectivamente la educación adecuada.

Había que hacer un sacrificio, es cierto, renunciar a las eficacias prácticas de una existencia regulada por las bondades sociales. Por suerte, la normalidad nunca me engañó. El tedio mundano me rodeó como una marea ávida, pero resistí en la conservación de un pasado de pedagogías esotéricas que me había inventado, y que pude entrever al trasluz de los cientos de novelas malas que constituyeron el trabajo de mis días. Allí había un fondo de mar, con interesantes monstruos que ondulaban en una blandura condescendiente, sonrosados en el azul, portadores de las lamparillas del Orco.

Uno de los precursores ensayos de Francis Bacon, el titulado Of Boldness, o sea, Sobre la audacia, contiene un breve apólogo para ilustrar el hecho de que la audacia, que tan útil puede ser en unas ocasiones, en otras puede llevar a hacer predicciones imposibles de cumplir: la anécdota ejemplar dice que Mahoma se proponía dar un sermón y, como se había reunido a mucha gente, necesitaba hablar desde una altura para hacerse oír. A cierta distancia había una montaña («a hill», dice Bacon, una colina) que serviría convenientemente como estrado. Haciendo exhibición de la audacia que el ensayo de Bacon está considerando, Mahoma le ordena a la montaña que se acerque. Por supuesto que aquí Mahoma es solo una palabra. Seguramente Bacon lo empleó en lugar de Jesucristo para no herir susceptibilidades religiosas, aunque Jesucristo habría llenado mejor el papel, para los que recordasen ese sermón suyo que es, justamente, de la montaña. Pero, hombre renacentista como era Bacon, debió de tener en cuenta las reglas de la perspectiva, que ordenan las puestas a distancia y se advierten cuando una leve disonancia, como en el cuadro de Manet, despiertan el sobresalto. Y, por supuesto asimismo, la montaña no acudió al llamado. Con lo que Mahoma debió ir a ella, y quedó el proverbio.

Esto venía a cuento porque en su largo camino, en el que todos lo hemos pronunciado alguna vez, el proverbio adquirió reversibilidad: tanto puede decirse que si la montaña no viene al hombre el hombre va a la montaña como, al revés, que si el hombre no va a la montaña la montaña, mágicamente, viene al hombre. No es que haya tal magia: la montaña deja de ser montaña para ser cualquiera de esas cosas, como las desgracias, que vienen a nosotros cuando se convencen de que no iremos hasta ellas.

Pues bien, la reversibilidad viene a cuento por algo que se me ocurrió revisando una vez más los mitologemas de mi educación defectuosa, y es que si esta no prepara al alumno para enfrentar al mundo, será el mundo el que acuda al sitio donde está sentado, escribiendo, el alumno o exalumno, y acudirá transformado, adaptado a la clase de educación que ese exalumno se impartió. La ventaja, discutible y difícil de probar, es que en una cierta cantidad de movidas, anticipadas por el soplo de la inspiración, ese mundo comprado a fuerza de errores anticipados se volverá el mundo de verdad. El premio del que se negó a adaptarse al mundo, fue que el mundo vino a él despojado del lastre de la realidad, en forma de miniatura y representación, retablo de oro visto a la media distancia, moneda falsa que sirve más que la genuina.


César Tomás Aira González nació el 23 de febrero de 1949 en la ciudad de Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, Argentina. De ascendencia gallega, su abuelo, Robustiano, era oriundo de Junquera de Ambía, provincia de Orense. Ha publicado más de cien obras, sobre todo novelas cortas, a las que define como «cuentos de hadas dadaístas» o «juguetes literarios para adultos».

Publicó: Moreira, 1975; Ema, la cautiva, 1981; La luz argentina, 1983; El vestido rosa. Las ovejas, 1984; Canto castrato, 1984;Una novela china, 1987; El Bautismo, 1990; Los Fantasmas, 1991; La Liebre, 1991; Copi, 1991; Nouvelles impressions du Petit Maroc, 1991; Embalse, 1992; La Prueba, 1992; El Volante, 1992; El Llanto, 1992; Cómo me hice monja, 1993; Madre e Hijo, 1993; La Guerra de los Gimnasios, 1993; Diario de la Hepatitis, 1993; La Costurera y el viento, 1994; Los Misterios de Rosario, 1994; El infinito, 1994; La Fuente, 1995; Los dos payasos, 1995; La Abeja, 1996; El Mensajero, 1996; La Serpiente, 1997; Dante y Reina, 1997; El congreso de literatura, 1997; Duchamp en México/La Broma/Taxol, 1997; La Mendiga, 1998; El Sueño, 1998; La Trompeta de mimbre, 1998; Las Curas milagrosas del Doctor Aira, 1998; Alejandra Pizarnik, 1998; Haikus, 1999; Un episodio en la vida del pintor viajero, 2000; El juego de los mundos, 2000; La Villa, 2001; Las tres fechas, 2001; Un sueño realizado, 2001; Cumpleaños, 2001; Alejandra Pizarnik (biografía), 2001; Diccionario de Autores Latinoamericanos, 2001; La pastilla de hormona, 2002; El mago, 2002; Fragmentos de un diario en los Alpes, 2002; Varamo, 2002; El Tilo, 2003; Mil gotas, 2003; La princesa Primavera, 2003; El Todo que surca la Nada, 2003; El cerebro musical, 2004;Yo era una chica moderna, 2004; Las noches de Flores, 2004; Edward Lear, 2004; Yo era una niña de siete años, 2005; Cómo me reí, 2005; El pequeño monje budista, 2006; Parménides, 2006; La cena, 2006; La vida nueva, 2007; Picasso, 2007; Las conversaciones, 2007; Las aventuras de Barbaverde, 2008; La confesión, 2009; El Té de Dios, 2010; Yo era una mujer casada, 2010; El Divorcio, 2010; El error, 2010; El Perro, 2010; El mármol, 2011; Festival, 2011; El criminal y el dibujante, 2011; En el café, 2011; Los dos hombres, 2011; El náufrago, 2011; Entre los indios, 2012; Relatos reunidos, 2013; El ilustre mago, 2013; Actos de caridad, 2013; El testamento del Mago Tenor, 2013; Tres relatos pringlenses, 2013; Actos de caridad, 2013; Margarita (un recuerdo), 2013; Continuación de ideas diversas, 2014; Artforum, 2014; Triano, 2014; Biografía, 2014; El santo, 2015; La invención del tren fantasma, 2015; Sobre el arte contemporáneo, 2016, El cerebro musical, 2016; Una aventura, 2017;  Saltó al otro lado, 2017; Evasión y otros ensayos, 2017; Eterna juventud, 2017;  El gran misterio, 2018; Prins, 2018; Un filósofo, 2018; El presidente, 2019; Pinceladas musicales, 2019; Fulgentius, 2020; Lugones, 2020; El pelícano, 2020; Cuatro ensayos, 2020; La ola que lee, 2021; Catálogo descriptivo de la obra de Emeterio Cerro, 2021; Komodo, 2021; En la confitería del gas, 2021; Vilnius, 2021.



Fuente: http://revistapenultima.com/una-educacion-defectuosa-discurso-de-cesar-aira-en-la-entrega-del-prix-formentorrix/?fbclid=IwAR1U0dSZ_fjTBdszdP6uSVEWYZK-F594YdmSbccaT0oP9ijQpi2ZiOM5KIs

sábado, septiembre 04, 2021

Son tus ojos


 

Velas encendidas en las piedras

Son tus ojos

Soldados ciegos

Soldados heridos

Hombres impávidos de galera alada

Tus ojos lo pueden todo

Nuestra casa de juncos junto al fuego

Allí donde dibujabas

Con tu dedo flaco en el aire...

El agua

¿Todavía quieres atrapar flores en la espuma?

¿Gorriones de madera entre plumas doradas?



Foto: Eduardo Magoo Nico

Texto: Eduardo Magoo Nico ("Puros por cruza", pag. 21, editorial El fin de la noche, 2011, Buenos Aires, Argentina).

sábado, abril 17, 2021

Los nidos


 
A diferencia de las aves

Que construyen durante siglos el mismo nido

Nuestra megalomanía y ambición

Hace

Que tendamos a construir edificios enormes

Empresas

Aparatos

Que van más allá de nuestras necesidades

Y de cualquier límite razonable

 

Si hiciéramos un catálogo

Se comprendería que las construcciones

Que están por debajo de la norma

En la arquitectura doméstica...

(Las cabañas de campo

Los ranchitos de adobe

Los refugios de montaña

Las casitas de los niños

Las plataformas en el árbol

Los pabellones de los parques)

Son las que nos ofrecen

Al menos

Un vislumbre de paz...

Mientras que los Palacios de Justicia

Suelen ser construcciones horrendas

 

En la admiración de lo gigantesco

Hay ya una forma de espanto

Pues lo desmesurado aloja en sí

La sombra de su destrucción

Y nuestra propia ruina 


Texto: Eduardo Magoo Nico.

viernes, abril 09, 2021

Orfiche


 

“Chi intende fare offerte agli dèi, offre per primo al volo, un volatile. Cosi disse e sollevò il peplo, ed esibì per intero un luogo del corpo per nulla decente. E Iacco fanciullo si precipitò con la mano, ridendo, sotto il grembo di Baubò. Di ciò sorrise la Dea, e si rallegrò nel suo animo, e accettò la variopinta brocca, dove era il Ciceone”.

 

Leggevi i libri a tua madre

 

E poi di notte coperto con una pelle di cerbiatto

 

Euòi sabòi, euòi sabòi, danzavi

 

Con il fango e con la crusca

 

Purificavi gli iniziati:

 

Ho fuggito il male, ho trovato il meglio!

 

Orgoglioso, perché nessuno mai grida

 

Con voce tanto acuta

 

Hyés attés hyés attés!

 

 

 

Le vecchiette ti salutavano

 

Come corifeo

 

Come guida

 

Come portatore d’edera

 

Come chi regge il tirso

 

E in cambio tu ricevevi

 

Pappe di pane inzuppato

 

Ciambelle e dolci freschi

 

Chi non si sentirebbe felice, così

 

Della propria sorte?

 

 

 

Come se il figlio di Calliope tu fossi

 

E al re delle Muse tu seguissi, suonavi la cetra

 

Il tuo suono muoveva alberi e sassi

 

E con questo pneuma agli uomini scoprivi

 

Lettere e sapienza:

 

“Vediamo per mezzo della luce splendente

 

Nulla vediamo per mezzo degli occhi

 

Perché soltanto per noi, iniziati

 

É sacra la luce del sole”

 

 

 

Il Ciceone si è bevuto:

 

La discesa!

 

 

 

Ciò che ti è stato dato

 

Consumalo

 

Getta nel canestro

 

Cono, astragali, specchi..

 

Perfette ecatombe

 

Gli uomini invieranno in dono

 

Innalzando alto il clamore

 

Gradito agli dei

 

Attés hyés hyés attés!

 

Attés hyés hyés attés!

 

 

 

Trottola e rombo e bambole

 

Con le membra articolate

 

E belle mele dorate dalla voce sonora

 

Getta nella culla!

 

Nessuno mai griderà

 

Hyes attes, hyes attes!

 

Con voce tanto acuta

 

E nella brama di liberarsi degli empi progenitori

 

E della follia senza fine, celebreranno i riti..

 

 

 

Canterò per chi è in grado di comprendere

 

Parole conformi a verità e giustizia

 

Ho mangiato dal timpano

 

Ho bevuto dal cimbalo

 

Ho portato il vaso

 

Sono sceso

 

Ho versato devotamente

 

Il mio seme

 

Nella fenditura sotterranea

 

 

 

Gioisci, tu che hai sofferto!

 

Capretto cade nel latte

 

Gioisci tu che hai sofferto!

 

Ariete cade nel latte

 

Escrescenza di un corpo indolente

 

Cadi nel latte

 

Gioisci tu che hai sofferto!

 

Struzzo, balza nel latte!

 

 

 

Gioisci, si

 

Perché adesso cammini lungo la strada

 

Che va verso i prati

 

Della sacra Carnia

 

Dove ancora le donne

 

Dedite ai riti orgiastici

 

Fin da tempo molto antico

 

Hanno l’odore del sangue infecondo

 

E dello sperma umano

 

 

 

E dopo averne goduto

 

Fino al delirio

 

Fa risuonare grida divine

 

Hyés hyés hyés attés!

 

Hyés hyés hyés attés!

 

Il corpo alla potenza della morte

 

Si adegua

 

Poi vivo rimane ancora un simulacro

 

Perché solo questo discende dagli dei..

 


Testo: Eduardo Magoo Nico.

Foto: Eduardo Magoo Nico.

sábado, abril 03, 2021

Imago


 

C’è un ciuffo che si allunga sulla tua tempia

In ciò che tu senti

Come il lato destro del tuo volto

Mentre offri l’altro

Sinistramente ingenua

Impaurita?

All'inquadratura

 

Forze è soltanto spleen

Pigrizia

Un po’ di abbandono…

Il tuo lungo braccio che protegge

Quello che di esposto potrebbe averne

Un seno, che una canottiera copre

Solera?

 

I tuoi occhi eccessivamente grandi

E adesso così piccoli

Che fanno scoppiare

Tutto ciò che sfiorano

L’angolo retto sulla punta della tua narice

Ti dice italiana, però

Di stirpe greca

 

C’è qualcosa che rimane

Fuori dall’uso che si fa della tua immagine

C’è una struttura profonda, che non è moda

L’eremo della tua pelle

Chiara, fresca, senza rughe

Eppur già vecchia

Il passare del tempo

E questo (nondimeno) che ti secca?

 

Se io mi avvicinassi non farei altro

Che sommarle morte

Alla tua stilizzata tristezza

C’è una struttura profonda

Nella tua immagine

Che denuncia la tua bellezza 


Testo: Eduardo Magoo Nico

Foto: Gustavo Piccinini

domingo, marzo 28, 2021

Capitular


 


"El descanso del amor es una fatiga, su principio una enfermedad, su fin la muerte.

Para mí, sin embargo, la muerte de amor es una vida, doy gracias a mi bien amada por

habérmela ofrecido. Quien no muere por su amor no puede vivirlo."


Omar Ibn-al-Faridh, (siglo XII).


 

 

Capitulo I

 

Chupáme

 

Mi querido de lejos, ya podés cocinarte sólo. El camello delante, la pirámide atrás. Se supo lo que había que saber. Te despertás cada mañana rezando y diciendo: pronto moriremos. Ni si quiera la idea: la idea es bárbara, como la mujer. Se puede volver a la madre para verla envejecer, al padre para matarlo, al Partido para sufrir acompañado. ¡Hermanadas! ¡Fraternales! Las náuseas. Nunca se podrá entender: "Usa lo spray risolve tutti i guay". Así el solcito cuando se sale afuera y se dice: "afuera". Así, de lejos, podés cocinarte sólo. 

Oíme por el conducto que se cierra a los cuarenta: Queda la desesperanza que fuimos y los días en sucesión. Sin velocidad en el lápiz, se escribe para el fantasma, ese resto infame. Con sólo el rempuje y la memoria. Se ladra. Es una forma proletaria, esa de decir en barricada, pero las palabras son ilustres y hay una angustia hombre... Tal vez.
¿Dónde estás ahora, fantasmita, en este ruido que no cesa? Aldoquín que tetra. El libro rojo cita, no lo mejor rumiado, la corona del diente despegada, mordida, la oreja. Y el chingolo insiste contra el vidrio. Aún cuando la puerta, al lado, esté (requete) abierta. O bien observas y te desesperás, o te desesperás a secas. En el botiquín no hay más remedio que convertirse en víctima. Al homicidio de lo físico, sigue el suicidio de lo moral. Así de convencido nomás, se vence, el capítulo de los vencidos:

“Que se derrame el bien

 

Como el sentido

 

Como quien dice:

 

Chupáme”.

 

 

 

Capitulo II

 

 

¡Es tan simpático!

 

Borrachera reglamentaria y madama gay: 

-¡Qué gran besugo sei! 

-El se hizo puto cuando ella lo dejó... 

-¡Como el fotógrafo y la cantante! ¡Ecce Homo Homolka!

-El culo pentola no me va. Cacerolita.
Después, vaya a saber cómo, ya neutral (de anfetas) el despertar con chica al lado que dice "no pueden moverse un poco menos", y sigue diciendo, "quiero dormir". Esta vez el huerto quedo abierto, convaleciente, hasta una cierta hostilidad como de histérica en mí, que no sabía hasta ese "entonces", ser brutal con el que ama.
-¿A mí? ¿A mí tu amor puto? ¿A mí? Nadie, nada, nunca. Por una taza de café, me cojería tu cadáver degollado.
Al fin y al cabo, es la facha la que cuenta: La crueldad, esa forma enferma de la simpatía...

 

 

Capitulo III

 

El Chingolo

 

Las yemas despacito contra el cuero, el chic chac de las uñas reventando: huevitos. Templo al templo, niño de los piojos. De la errancia entrecruzada a veces y deforme, a la raya perfecta, pareja. Con esa última cascarilla se dijo basta. El ángel avanza ahora de espaldas al futuro. Lo empuja una tormenta que viene de su origen. Los tontos se precipitan allí donde él (la é mayúscula) toma un descanso. Así fue como te ensartaron, copete alzado, en lo mejor del trip. Cansado de garchar con los muchachos, víctima de la ilusión del obsesivo, te sostuvo de frente coma a su hembra y no acabando nunca. Pero (siempre) el dolorcito que iba y venía. Un dolor que fue y que vino. Que va y que viene. Como cuando una perra no te cumple. Trampa que te tiene. Exalación. Hacia un contenido gorjeo, el chingolo tiende. Sujeto a su imagen, el vidrio que lo espeja, su pico pica, pero no hiende. Aún(que), si picapica (bajada de cordón), toda su vida como un santo, el lustre (esa pátina inmunda), tal vez lo saque.

 

 

Capitulo IV

 

Espejisma

 

Camara Laye. Amos Tutuola. Raymond Queneau. Aimé Cesaire. Wilfredo Lam. Danilo Kish. Propovic Predag. Heme aquí, todavía una mueca al mirarme el ombligo y la fiebre (mal de madre) que no abandona. Entonces, en cada vez menos de los bultos que hay (envueltos), la madurez. Más tiempo de un lado. Más angustia del otro. Como foto, página, anteojo, se viaja. Definición. Interferencia. Los dos perritos miran por el cuadrado del cielo. Sin matiz, acento o murmullo, la pared desmorona un grano. Arenisca, te dicen. Te dicen: ¿No tenés te-vé? No sucede y sin embargo pasa. Más luego recuperás el habla, la escribienda. Esa segunda soberbia que da la risa libre de los vencidos.
-¡Deportivo che, hay que ser deportivo!
La Reina y el Tebeo espían por el Cuadradito del Cielo: ¡Putos pekineses! Gente a medio hacer, desvestir vanamente. ¡Hablan! ¡Qué no dicen!
-Aquí abajo hay un cerdo, según vos, ¿eso también es poesía?
- ( . . . )
-Lo que más ternura me da, es ver que un ateo se persigne...
- ( . . . )
El camello delante (subtitulado), la pirámide y las palmeritas atrás. ¡Y allí viene el Chingolo kamikaze (ahijuna) a enfrentar al Espejisma!

-¡Espejisma! ¡Espejisma! No te vas a dir, Mandinga di un direpente, sin antes payar tu evocación, tu letanía…
-Disculpe don Chingolo, pero en estos tiempos que corren no hay verdad que aguante diez guita...
-¡No va a ser ese floreo el que te abra cancha, relumbrón, desembuchá!
-Mire que yo se lo repito siempre: ¿La liter-altura, qué le luja? ¡Travesía!
-Si usted lo dice...

En un aparte, entre vapores, Espejisma habla con su compadre, tratando de poner en foco el Cuadradito del Cielo:
-Pero visto de no tan lejos, no parece que se esté cociendo sólo.
-Pa’ mí que es la tucumana ésa...

 

 

Capitulo V

 

La noche

 

Se habían encachilado el maridito y la chirusa. Pero no fue por mucho tiempo. Cuando se es jóven a uno le encanta que lo caguen a patadas, correrla, y todo lo que ya saben. La vio venir, y todavía la sigue: crecer Chechen, tomarse(la) cómoda. (Esta conclusión bichoca viene a llegar después del viaje).
Suelen decir (otros) que son honestas, las que uno no se pudo cojer. Lo contrario, tampoco. Niente Aeroflot : La British. Tiempo (a la distancia, el Cuadradito ovala). Los aires se puede decir que habían cambiado por entonces. Llegó la francesita con todo su candor: Deja-vú de Ana Karina, los breteles al abierto con desmadre, y compartida inconciencia. Porque después conciente, ella se vino sola.
-Parece que nos encontramos en un punto, dijo. (G)
Entonces, como siempre, ahí, en plena felicidad, me cacho en diez, Niza, abril, Venecia... La naifa acabó sus vacaciones, y se volvió pa' la querencia. El aeropuerto de Jamaica, un asco. El kiosquito donde se cambia, no cambia. Kinstong-Kinstong. La noche, no podía evitar este rodeo. Lo que no llega a alcanzar la impotencia de la poesía, es todavía vacío. En la noche, el rigor es hostil a quien gusta de ellas. En la noche, no nos reconocemos.

 

Capitulo VI

 

Lo que se escribe

 

Subí al bus con mi mochilita rosa fucsia fosforescente. Mi primer apretuje en tres años, negro sudado y tercermundista. Recordé que hubo inicio y los sucesivos coment(arios). En la calle, viejos taxis, Siam Di Tella, con el techo amarillo (aquí se llaman Morris).
Extrañamente, me sentía como en casa. Potus, jazmines, helechos. ¿Mucha onda? Poca, mas bien Gheto y de terror. Pregunté por el cambio de bus para ir al centro. Todo conmigo me decía, me hablaba de Maradona. Bajé con él por el fumo. Es muy difícil denegar, literalmente. Te arrastran, ya sea por la timidez o por la simpatía. Ahí, en la bajada de la escalera le dí la guita, se fue con la bicicleta y volvió al toque, después me metió en el otro bus, y cuando estaba subiendo me dio las tres bolitas de ganja fresca. “Vivir es mejor que soñar. Yo pase por las reuniones en la calle, pelo al viento, gente joven reunida”. (Toda la herida, recontra viva, en mi corazón).

Ella mentía y era de un egoísmo atroz. Tenía una valija enorme, la mitad del contenido, cremas y artículos de tocador. Empezó por decir que eran días peligrosos. Era cierto sin embargo, que no se maquillaba. Afuera los grones coma moscas pegajosas. Chelsea Hotel. Se ríen y si les preguntás por qué, no saben. Una cuestión anatómica heredada de la madre. Quedaba tiesa con la regla. Los síntomas no confirmaban ninguna de las teorías (las teorías no se confirman). Ella hacía todo lo contrario, se mandaba la parte y me sacaba la guita. “Quisiera contarles cómo viví, y todo lo que aconteció conmigo”. Agitando un ramo oloroso: ¡No te retengo! ¡Vé, sé benéfica! (Y en nuestros días hasta el aire sabe de muerte).

 

 

Capítulo VII

 

Ponerse bien

 

El piano trepidante, la espalda de los labios lamerá. Al parecer el poeta, quien siempre estuvo orgulloso de su talento, nunca se quiso a sí mismo. Su cuerpo no era atractivo. Su rostro pasaba desapercibido. Acaso deseó tener otro rostro en el espejo (los espejos deberían reflexionar antes de devolvernos su imagen). Le costaba mucho trabajo esconder o insinuar lo que sentía, disimular sus odios y hacerse el tonto, como si nada hubiese pasado. Nunca pudo atemperar sus ademanes indomables. Generalmente, después de un tono grave y excitado, aparecía un tema casi trivial, avergonzado y culpable. Como si una melodía digna del clown oprimiera la tragedia.
-Jamás lo creerá y por lo tanto no pienso decírselo nunca.
Paciencia y saliva. Así fue lo que de la vida fue. Y así sigue siendo. La gente guarda todo (más fuerte que el amor es el archivo).
-Usted se está poniendo bien, le dijo finalmente el "tordo". Todo aquel que espera, termina por ponerse bien.
En su tumba hizo escribir este epitafio: "No he sido autoridad capaz de disciplinar mi corazón pensante y mis deseos. Esta es la tierra que vosotros dividiréis al azar. Y ni la división ni la unidad importan. Esta es la tierra. Tenemos nuestra herencia. "

 

Capitulo VIII

 

No les creas a los buitres

 

No es el placer la muerte, es sólo ausencia de dolor. No les creas a los buitres. Lo que hubo no se conoce hasta que se ha perdido. Al calor de la manta sobre mi pecho una mano se demora. Aún estás conmigo. Creo que a pesar de lo débil y temeroso que pueda ser un hombre bueno, lleva encima tantos pecados como puede soportar.

Un amor así no sirve. Sirve humanidad. Ausente de mi mismo, en la ausencia me transformo. Deberías temer mis cartas, deberías quemarlas o guardarlas cuidadosamente. La vida es cruel: siente miedo de lo que sucede, de aquello que puede suceder, de los eventos. Después de haber golpeado la frente contra todos los muros, sale de la propia piel, de las venas, del último aliento: hacia el otro. Y siempre manos que se apretan a tu cuello, que se retuercen locas, generosas.
-(. . .)
-¿Pero vos quién mierda sos, un discursito, o un hombre? ¿Una nacionalidad, o un hombre? ¿Una profesión, o un hombre?
-(. . .)
-Conmigo deberías abrirte, yo debo saber a quién amo...
-(. . .)
-Tratá de ser simple, no buscar frases preciosas. Las cosas preciosas son las que se escapan de la boca.
-Buh...
-No pienses, no calcules, sé.
-¿Sé?...
Parecer de muchos, y ser poco. He ahí el problema, y he aquí la solución. Esperar. Semejar. Ser de carne. Es decir: ¡Un animal!

La próxima vez no deberíamos hablar de estas cosas. ¡Shhh..! No hablemos. ¿Qué es lo más importante? Conocer y ocultar. Conocer algo sobre el bien amado, y ocultar que lo amas. En ocasiones, el pudor es más fuerte que la pasión. La pasión del secreto. La pasión de la revelación. Me es aún más insoportable nombrarte, que no saber.

 

Capitulo IX

 

Resurrección

 

Mi primo Esteban un día, cuando no tenía más de diecisiete años, recibió una patada en el muslo jugando al fútbol. El hematoma perduró, devino tumor maligno, fue operado, le extrajeron una porción de hueso de su pierna derecha, luego otra. Nunca se quebró el que sin embargo sufría periódicas extracciones de osamenta. Nunca entregó su espíritu rebelde, desgarrado, ni aún en los postreros días, cuando lo vi la última vez, en una cama de hospital, con sólo los despojos de su cuerpo. Aún allí su espíritu resplandecía, llenaba la habitación. Su rostro era sonrisa luminosa, voluntad de dar, de entregarse a la simpatía del otro, de promoverla, de provocarla. Entre ataque y ataque de dolor, el seguía siendo luz sin mácula. Santo.
¿Porqué entonces se empecina en seguirme con su cojera, el hermoso, el amado primo? ¿Acaso sabe que un día yo...?
-Ves, en este pedacito de tierra está Esteban. Del nombre, no le queda más, que la é mayúscula.
El pobre loco lo fue perdiendo todo. Todo, menos la razón. Aún enfermo para él nada era difícil, salvo el amor. Por eso tal vez lo quisieron tanto las mujeres fáciles. De idéntica condición, otros tantos seres circunscritos por espesas capas de alma, mediterráneos en ansia de un entrarse en la carne, de una salida al mar. Porque el amor es un gran océano de dicha. El secreto del fastidio: el tiempo. Un silencio de estopa. La invisible actualidad. Y andamos, y andamos, cojeando como Esteban detrás mío. Para exhibir nuestro pasado: las fotos reveladas. Y nuestro futuro: las fotos por revelar. Nada consuela tanto la decepción propia, como comprobar la decepción ajena. Tenía una vaga idea de ello, y solía rabiar contra los flemáticos. Sea cual fuere la vergüenza que me alcance, no quiero renunciar a mi honestidad, ni a mi desesperación. Yo les digo: no se desapasionen, porque la pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad. Y un día como cualquier otro, y sin que ustedes lo perciban, yo los habré resucitado.

 

 

Texto: Eduardo Magoo Nico

 

Imagen: Erté (Romain De Tirtoff)