lunes, enero 31, 2011

Anna Ajmátova



En vez de prólogo

Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer -los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba sólo en susurros):
-Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo le dije:
-Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro.

(...)

Epílogo 1

He aprendido cómo se hunden los rostros,
cómo bajo los párpados late el miedo
cómo surca el sufrimiento las mejillas
con trazo rígido de signos cuneiformes;
cómo los negros rizos y los rizos de oro
de repente se vuelven pálida plata,
cómo huye del labio dulce la sonrisa
y en la risita seca halla eco el terror.
Si ruego, no es sólo por mí: ruego
por todas nosotras, hermanas -en la desdicha- mías,
en el frío feroz y en el ardor de julio,
al pie de muros rojos que permanecieron sordos.

(Fragmentos de "Réquiem", 1935-1940)


Como una piedra blanca en el fondo de un pozo
un recuerdo mora en mí.
No puedo ni quiero luchar con él:
es agonía y alegría a la vez.

Quien me mire de cerca
pronto lo verá.
Quedará apenado y pensativo
como si escuchara una historia triste.

Sé que los dioses transformaban
a los hombres en cosas sin matar su conciencia.
Para que mis raras penas vivan siempre
te has transformado tú en recuerdo mío.

Slepniònovo, verano de 1916.


Tras el viento y el frío,
qué grato calentarse junto al fuego.
Pero dejé de vigilar mi corazón
y allí me lo robaron.

Los brillos de la fiesta de Año Nuevo se prolongan,
están húmedos los tallos de las rosas de Año Nuevo.
En mi pecho ya no suena
el temblor de las libélulas.

Ah, qué fácil adivinar el ladrón,
le conocí por sus ojos.
Lo peor es pensar que pronto, pronto,
él mismo devolverá su botín.

Enero de 1914.


De profundis... Mi generación
no saboreó apenas la miel. Y ahora
sólo el viento ulula a lo lejos, sólo
la memoria canta por los muertos.
Inconclusa quedó nuestra labor,
nuestras horas fueron horas contadas,
de la intuida división de las aguas,
de la cima de las altas cumbres,
del florecimiento y esplendor,
sólo nos separaba un leve suspiro...
Dos guerras, generación mía,
iluminaron tu camino terrible.

Tashkent, 23 de marzo de 1944.


Tierra nativa

No hay gente en el mundo menos dada al llanto,
más sencilla y altiva que nosotros.
1922


No la llevamos en amuletos sobre el pecho,
ni componemos versos quejumbrosos sobre ella.
No altera nuestro amargo sueño ,
ni la consideramos el cielo prometido.
No es en nuetra mente
objeto de compra o venta.
Sufriendo, enfermos, errantes sobre ella,
ni siquiera la recordamos.
Sí, para nosotros, es el barro de los chanclos,
para nosotros, sí, es la arena que cruje entre los dientes.
Y pisamos, aplastamos, deshacemos
ese polvo que no tiene culpa.
Pero yacemos en ella y en ella nos convertimos
y por eso, con toda libertad, la llamamos nuestra.

Leningrado, 1961.


"El canto y la ceniza", Antología poética, Ed. Debolsillo, junio 2010.

Ilustración: Retrato de Anna Ajmátova, por Amedeo Modigliani.

jueves, enero 13, 2011

Biso





Lejana deriva de tules primigenios

Delicadamente hilados

Flotan a pelo de agua

En el incorrupto principio de las cosas...



El agua corre ágil bajo sus pies

Que apenas pisan...

Mientras camina, conversa

¿Con ella misma?

¿Desnuda?

No de esas doradas redes, sin embargo

De las cuales su cuerpo

Parece que quisiera desprenderse



Su movimiento se confunde con el de las medusas

De bordes violáceos

Que atraviesan danzando el golfo...

¿Fue el hermoso velo

Animado de voluntad propia

La que la hubo envuelto

En su sereno avanzar hacia el escollo?



"Blanca y radiante..."

(A nadie se le hubiese ocurrido recordar a Antonio Prieto en estas costas)

“Va la novia”

Pero la tal medusa, cubierta con su velo de ámbar

Se entregaba con tan grande parsimonia al público ludibrio...

Que era como si una hija de Neptuno

Acabara de presentarse al Mundo Nuevo



Espléndida en su sencillez

La piel tan suave que bien podría ser de foca

Me miró hasta casi atravesarme la retina

Con un invisible alambre incandescente

(Un silencio largo cae dentro de ciertas palabras

Cargándolas de violencia)



La ninfa rompió las aguas y se dejó correr

Ella misma

Por los dulces muslos hasta los pies de nácar

Para luego unirse a esas otras aguas

Que se retiran veloces

Hacia la gran ola que volverá a englobarlas



Flujo y reflujo

Que antecede las palabras

Y las sostiene en un mareo inmóvil

Porque lo bello no es sino el inicio de lo tremendo

Yo me enredé en sus pliegues

En un confuso trafalgar de velas



(Ciertas veces

El viento se acelera de tal modo en los túneles de la mente

Que arrolla y destruye

En un estallido fulgurante de purpúreos desencajes

Toda claridad)


Texto: Eduardo Magoo Nico