lunes, septiembre 28, 2020

Tangos raros: TULIPAN


  De la colección de partituras de mi padre, el bandoneonista y compositor Segundo Enrique Nico, a su memoria.

Tangos raros: Pavito del Monte


 De la colección de partituras de mi padre, el bandoneonista y compositor Segundo Enrique Nico, a su memoria.

Tangos raros: ¡Qué Quesito!



 
 De la colección de partituras de mi padre, el bandoneonista y compositor Segundo Enrique Nico, a su memoria.

Tangos raros: El diente



 De la colección de partituras de mi padre, el bandoneonista y compositor Segundo Enrique Nico, a su memoria.

viernes, septiembre 11, 2020

Te sobra amor



A vos te sobra amor

Y a mí me falta

Tranquila

Si de morir se trata

Yo no moriré en tu lecho

Ya que estará

Como yo

Des-hecho


Texto: Eduardo Magoo Nico

Foto: Julian Gayarre.

domingo, septiembre 06, 2020

Ermanno Cavazzoni - "Vida breve de idiotas" (III)




Cesare Lombroso

Como todos saben Cesare Lombroso fue específicamente un estudioso de delincuentes y anormales, incluidos los idiotas y los artistas, caracterizados por una análoga malformación de origen incierto. Con este propósito Lombroso estudió en 1881 a los músicos y su distribución geográfica en relación, sobre todo, con los volcanes y los terrenos volcánicos. Resultó que en Italia, hasta esa fecha, había habido exactamente 1.210 músicos, en Alemania 650; 405 en Francia y 239 en Austria-Hungría. Seguían Bélgica con 98 músicos y España con 62; en los últimos puestos Suecia (9), Irlanda (7) y Holanda, con un músico en total. De estos datos, afirma Lombroso, no puede decirse nada, ni sobre la influencia determinante del clima ni sobre la de los volcanes. En cambio, en la distribución de los músicos en Italia aparecen con mucha evidencia las ciudades capitales respecto al campo, a las zonas boscosas y los pantanos, donde los músicos escasean mucho. Entre las ciudades, Nápoles tuvo 216 músicos, Roma 127, Venecia 124, Milán 95, Bolonia 91, Florencia 70, y Turín sólo 27. Evidentemente el primer puesto corresponde al factor marítimo; en segundo puesto están las colinas, y por último los volcanes.

En cambio no es cierta la influencia étnica. También en la pintura prevalecen las capitales, seguidas por las colinas; en los últimos puestos están L'Aquila y Siracusa, que tuvieron un pintor; Bari, Grosseto, Sondrio, Porto Maurizio y Teramo: cero. Más o menos lo mismo vale para escultores y arquitectos. Las ciudades que no dieron artistas o que dieron muy pocos son aquellas que fueron azotadas por la malaria y el bocio. Sin embargo, aunque estas cifras parecen elocuentes, nos dice Lombroso, deben aceptarse con mucha prudencia, especialmente en lo que concierne a la preeminencia de las capitales sobre el clima y los volcanes: a menudo se consideran originarios de una ciudad capital individuos que, recién nacidos o siendo ya jóvenes, se mudaron a ellas provenientes de pueblitos perdidos en medio de pantanos o de erupciones volcánicas.

Además del clima son determinantes los acontecimientos metereológicos en los impulsos artísticos y en general en todas las expresiones criminales. El número máximo de actos violentos (así como también de fuertes inspiraciones poéticas y artísticas) tuvieron lugar cerca del primer cuarto de luna, cuando hay también turbulencias y temporales. La luna llena con tiempo sereno tiene influencia en el impulso a huir y en la estupidez. Los últimos cuartos de luna hacen al criminal y al artista más razonable y humano, y más inclinado a la delación y a la reflexión. Después muchos sienten las variaciones meteorológicas dos o tres días antes de que tengan lugar, e indican con su grado de agitación si el tiempo será bueno o variable. En Milán, en 1871, se podía observar a un ladrón generalmente tranquilo que se ponía a blasfemar horriblemente pocas horas antes de que soplase viento. Y si con el viento venía la lluvia y la tormenta, las blasfemias eran infames y obscenas, según una escala graduada sorprendente que anunciaba qué tiempo habría, hasta la tempestad y el diluvio.

También las revoluciones, en tanto expresión criminal, reflejan mucho el clima. En un escrito de 1887 Lombroso demuestra que en el mundo antiguo el número máximo de revoluciones se notan en julio, y el mínimo en noviembre. En Roma y Bizancio, sobre 88 revoluciones, 11 se dan en abril y 10 en marzo, junio, julio y agosto. De esto resulta claro que en los meses calurosos las revoluciones estallan en mayor número que en los fríos.

En la Edad Media las revoluciones tenían lugar en pleno verano; de 1550 a 1791 encontramos 10 en primavera, 14 en verano, 3 en otoño y 4 en invierno. De 1791 a 1880 las revoluciones en Europa fueron 495, 283 en América, 33 en Asia, 20 en África y 5 en Oceanía. En Asia y África el mayor número fue en julio. En Europa en julio y marzo; en las repúblicas españolas de América, en enero, que es el mes más caluroso. Es evidente, dice Lombroso, el predominio exclusivo del factor térmico. De hecho el número de las revoluciones aumenta de norte a sur, precisamente como aumenta de norte a sur el calor; vemos que Grecia nos da 95 revoluciones, o sea el máximo; y Rusia el 0,08, es decir el mínimo; vemos las más pequeñas cuotas en las regiones nórdicas, Inglaterra y Escocia, Alemania, Polonia, Suecia, Noruega y Dinamarca; y las mayores en las regiones meridionales, Portugal, España, la Turquía europea, la Italia meridional y central, y un número medio justamente en las regiones centrales. Una excepción notable es Irlanda, que da un número de revoluciones en relación contradictoria con su posición geográfica. Pero debe notarse que el clima en Irlanda es mucho más suave gracias al calor benéfico traído por la Corriente del Golfo. La Corriente del Golfo tiene un efecto análogo en el arte y en las grandes innovaciones artísticas en el curso de los siglos.

Pero Lombroso es célebre sobre todo por haber medido a los criminales y por haber comenzado a medir a los artistas. En 1872 las medidas de los criminales son las siguientes: los incendiarios resultan ser los más altos de todos, con 1,71 metros; les siguen los homicidas, con 1,70 metros. Después vienen los ladrones y los asaltantes: 1,69 metros. La altura mínima la tienen los violadores y los estafadores, cuyas alturas oscilan entre 1,65 metros y 1,66 metros. En cuanto al peso, este sigue casi exactamente la ley de la altura: son muy livianos los reos por robo y asalto, con 61 kilogramos, y livianísimos los violadores: 57 kilogramos. Asaltantes y homicidas ofrecen una buena talla y salud robusta, mientras que los falsificadores y los violadores ofrecen una mayor cantidad de delgados; y se debe notar que sobre 8 delitos de violación, 10 de falsificación y 13 de incendio, cinco son cometidos por jorobados, mientras que se cuentan sólo tres jorobados en 250 asaltos y homicidios, lo cual confirmaría, según Lombroso, la mala opinión que han tenido siempre los jorobados, acusándoselos de malicia y lujuria. En cuanto a la cabeza, la máxima capacidad craneana la ofrecen los falsificadores, los impostores y los estafadores; inmediatamente después vienen los asaltantes, y difieren muy poco los homicidas; después los ladrones y los violadores. El mínimo lo ofrecen los incendiarios, que a menudo poseen una cabeza ultraminúscula y un cerebro inexistente. Considerando también la altura, el tipo del incendiario se acerca por eso más que cualquier otro al idiota tradicional, si se exceptúan los casos de los incendiarios jorobados.

Cesare Lombroso había nacido en 1835 y murió en 1909. En un cierto momento de su vida fue a Rusia para tener un intercambio de ideas con León Tolstoi, el famoso escritor, y, eventualmente, estudiarlo. Pero León Tolstoi no lo quiso recibir, diciendo que sus teorías eran las teorías de un idiota. Cuando esto le fue referido, Lombroso se ofendió mucho; desafió a Tolstoi a que lo probara estadísticamente. Pero no recibió respuesta. Esto sucedía en 1897.




Ermanno Cavazzoni (Reggio Emilia, 1947).

Escritor, guionista y dramaturgo italiano, Ermanno Cavazzoni es conocido principlamente por su novela “El poema de los lunáticos”, obra que Fellini utilizó para su película “La voz de la luna”.

jueves, septiembre 03, 2020

Ermanno Cavazzoni - "Vida breve de idiotas" (II)



Los albaneses

Govi Naldo era empleado de la perrera municipal. Esa tarde un perro se había escapado de la perrera; él y un colega perrero habían corrido detrás de él durante una media hora; lo habían alcanzado en la cima de una colina, donde el perro se rebeló y lo mordió al Govi en la canilla. Este hecho probablemente lo perturbó, o quizás ya estaba perturbado desde hacia tiempo. Volvió a casa y le dijo a su mujer:

-Buenos días, ¿qué desea?

Y la mujer:

-¿Ya estás aquí con tus estupideces?

En los diálogos usaba muy a menudo esta fórmula. Él la miraba: no le parecía haberla visto nunca antes; su mujer no era una belleza. Y entonces el Govi pensó: "Ésta es una loca, hay que seguirle la corriente". De hecho la mujer estaba despeinada y con una bata vieja que usaba para limpiar la casa. Por lo tanto no parecía una señora muy honorable. "Ésta es una loca y una vagabunda -pensó- que se cree que vive aquí". Después Govi no volvió a hablar porque sentía acidez en el estómago. En la cocina había un hombrecito bajo, que era su hijo, pero él no lo reconoció. Pensó que habría entrado junto con la mujer. Pero este hombre ni siquiera se había dado vuelta para saludar; estaba comiendo algo, probablemente queso. No los echó porque le parecía que había algo más que no recordaba. Por ejemplo, cómo es que tenían las llaves Y cómo era que no tenían miedo de él. Incluso se comportaban como si fueran los dueños de casa.

Así que desde ese día, cada mañana cuando se despierta descubre que esa gente sigue estando en la cocina; sobre todo el hombrecito le da escalofríos, porque están empezándole a salir pelos en la cara y pústulas forunculosas. Pero hace de cuenta que no le importa. La mujer parece siempre preocupada porque el hombrecito no come lo suficiente. Son sus familiares, pero él ya no los reconoce. Dice cada tanto frases de circunstancias sobre el café con leche, y mientras tanto observa como untan la manteca en el pan y cómo el hombrecito come salchichas.

Durante un cierto período pensó que venían de Albania, y que él había firmado distraídamente un papel en el cual se comprometía a hospedarlos. De hecho había firmado una carta a favor de los prófugos, eso lo recordaba, y también se lo recordaba el colega de la perrera, Zamboni, al que le decía:

-Tengo a dos prófugos en casa. Un hombre y una mujer.

Zamboni decía:

-¿Y qué esperabas? Firmaste.

Sus familiares no se habían dado cuenta de que ya no eran reconocidos, sólo sentían un poco más ambigua su manera de hablar. La mujer siempre había pensado que su marido era un pobre idiota, como le decía siempre; a menudo pensaba que a veces lo era todavía más.

Después, dado que el Govi sufría de úlcera gastroduodenal, había llamado al doctor, el doctor Prini, gracias a quien se ha conocido el caso, que de lo contrario habría permanecido (insospechable) en la ignorancia.

-Hay una gente allá -decía al doctor- es una señora y también hay un hombrecito -era su hijo-, que me dan un poco de asco.

El doctor Prini lo visitaba y lo escuchaba interesado, pensando que podía tratarse de una complicación de la úlcera. El Govi decía que el hombrecito medía un metro cincuenta y que él trataba de mantener la distancia porque emanaba un olor a nylon elástico. Llevaba ropa de la Cruz Roja internacional.

-¿En general -preguntaba-, los desinfectan?

También la mujer tenía un olor indefinible, olor a hospital.

-¿A lo mejor -preguntaba-, es el olor de la enfermedad que tienen ellos?

Esta mujer daba vueltas por la casa como si estuviera en su casa, en Albania. En cierto sentido era cómodo porque todos los días preparaba tortillas y albóndigas destinadas en gran parte al hombrecito. Si sobraban, él también comía. El hombrecito comía mucho, como todos los albaneses; y la mujer también. Se sentaban delante de un montón de albóndigas y empezaban a comérselas; después bebían y Seguían comiéndolas durante diez minutos. A veces empleaban más tiempo porque alternaban las albóndigas con la tortilla. Él conseguía comer un poco de tortilla, que a decir verdad no estaba mal hecha. Después el hombrecito lo miraba de reojo, y también la mujer lo miraba como a uno que no merece nada. Estos dos albaneses se habían apropiado de su casa y la usaban durante el día como freiduría, y como dormitorio de noche. En particular la mujer, que dormía en la cama con él. "Mejor ella que el hombrecito", pensaba el Govi, aunque no sabía quién le daba más asco de los dos. La mujer, en la cama, hacia ruido, especialmente cuando respiraba. Y también en el otro cuarto se oía respirar al hombrecito, que había ocupado el sofá. La situación se parecía a la de un campamento. Pero el problema era éste: ¿qué había firmado? ¿No podía el doctor averiguar algo con discreción -le preguntaba durante sus visitas- sin dar la idea de que quería dar marcha atrás? Mejor dicho -quería que el doctor preguntara- ¿cuánto tiempo, por lo general, se quedan los albaneses? ¿No hay para ellos campos de concentración? Decía que estos albaneses le acentuaban los síntomas de la úlcera, porque lo único que se comía eran cosas fritas.

Después, a pesar de ser joven, también el hijo tuvo algunos síntomas de úlcera, que a lo mejor era un mal congénito, y empezó a no reconocer a sus padres. Esto es lo que dice el doctor Prini. Se despertaba durante la noche, ya no entendía qué hora era; entonces daba vueltas por la casa sintiendo acidez en el estómago y descubría en el cuarto de al lado a dos personas que dormían en la misma cama. Se devanaba los sesos tratando de imaginar quiénes podían ser. Después iba a mirarlos más de cerca y en la penumbra le parecía que se trataba de un hombre y una mujer. El hombre roncaba ligeramente. Se quedaba allí, estudiándolo un poco, y también estudiaba a la mujer. No entendía cómo habían hecho para entrar. Para él era un misterio. Le parecían una pareja de esposos que habían venido a dormir a su casa. A lo mejor una pareja de vagabundos o desamparados. Los veía también de día; la mujer estaba siempre en la cocina y freía; él (el hijo), comía las frituras, y ella seguía friendo. Después llegaba el hombre que era un poco calvo y también él comía ávidamente, especialmente si había tortilla; después se tocaba el estómago con la mano y decía que no digería bien. Como a menudo oía hablar al hombre de esa Albania lejana, pensaba que fuesen de allí.

El doctor Prini está convencido de que en la base del caso está la úlcera, en la forma hereditaria que da la idiotez parcial lipomnemoica (o sea, con vacíos de memoria). Dice que a menudo sucede que en una familia sus miembros no se reconocen, sin que esto se note. En la base de todo está la fritura, que para el organismo es un veneno. El doctor Prini está escribiendo con este fin una nota que aparecerá en el diario de Higiene y Profilaxis.


Ermanno Cavazzoni (Reggio Emilia, 1947).

Escritor, guionista y dramaturgo italiano, Ermanno Cavazzoni es conocido principlamente por su novela “El poema de los lunáticos”, obra que Fellini utilizó para su película “La voz de la luna”.

Imagen: Luigi Manes, “Lo sbarco degli esuli albanesi in Italia”, Chiesa Santissimo Salvatore en Cosenza (Calabria).