Proyecto para un poema
I
En tanto, en lugar de erigir su escultura
sobre un zócalo,
arroparlo con sombras azuladas
entre grietas acústicas,
en un loop de escala descendente
destinado a interrumpirse abruptamente.
Las mezclas granulosas y las vetas de lava
dan fe de un desplazamiento único.
Un monumento erigido en honor del granito.
Todo un período del discurso
podría ocuparse de esta única proposición.
Con un haz de significados que se yerguen
en direcciones diversas,
la poesía nos despierta
y nos sacude a mitad de una palabra.
Nos obliga a estar siempre en camino.
La ruta se revela mucho más larga
de cuanto imaginamos.
Si el poeta llama a los párpados,
labios de los ojos,
dos lágrimas se cristalizan
en las pestañas güeras.
Y así como el sufrimiento
atravesando los sentidos crea híbridos,
la composición de una estrofa
asemeja al infinito arborecer
de un aeropuerto,
o al incansable tránsito
de las palomas mensajeras.
Hay que ir con el viento
y cambiar el velamen,
cuando sopla en otra dirección.
No despreciemos la idea
de realizar maniobras y bordadas,
al fin y al cabo
es un deporte evasivo y plástico
el arte de componer poemas.
La mutabilidad de la materia poética
impregna la más indómita,
la más profética y la más exacta
de todas las disciplinas,
pues se moldea a sí misma
bajo una sucesión de fenómenos ondulatorios.
Mantener a buen resguardo el borrador
reemplaza aquí
a la ley de conservación de la materia.
Mientras su esfera teológica
resulta un recipiente
de exquisito dinamismo alegórico
comprimida por un tapón a rosca
en su hornillo incandescente.
Todo volcán es un gran constructor
y destructor de formas.
II
Cuando resulta más sonoro,
más concertante,
cuando es mimado por el dogma
(por el verbo firme e irrebatible)
el poema dirige hacia el autoritarismo
su lado más exuberante.
Como sobre el agua o el espejo
el rayo salta, sin embargo,
hacia la parte opuesta al embestirlo.
En lo autoritario solo vemos el error
y no queremos adentrarnos
en el amplio salón de la confianza.
Nos negamos a ver los sutiles matices
del doble arco iris que se nos impone
(en toda su majestuosidad y belleza)
cuando se trata del imperio de lo probable
y de la fe.
Nos mueve cualquier cosa
salvo la invención
(¡ni una sola palabra de nuestra cosecha!)
cuando construimos un poema.
¿Fantasía?
¡Pero, por favor!
¿Qué fantasía?
Se escribe al dictado,
se es un copista, un traductor.
Se adquiere con el tiempo
la pose encorvada del escribiente.
Y si fuera posible como introito,
una bella sesión hipnótica
a la manera de Rilke, de Juan L, o de Rimbaud
sería realmente saludable.
A todas las analogías ya propuestas
deberíamos añadir la transcripción,
la emulación, la cita…
III
Así como la pluma es partícipe
del vuelo de los pájaros
la tinta es un objeto monástico,
y cuando el poema
parece ya escrito y engalerado
(listo para la imprenta)
no deja que le impongamos el punto.
Se escurre, intenta evadirse como un pulpo,
intuye que todo final es violencia,
estupro, parricidio,
desprecio irreverente y genocida.
Decir “copiar” es decir bien poco,
se trata de caligrafía dictada por los
locutores más terribles e impacientes.
Se trata de vocalizar los sonidos,
de modular un habla
por una vez y para siempre,
bien articulada.
Nuestro abecedario deberá entramarse
en telas humeantes
que ondeen al viento con tintes vegetales.
Como un humilde tintorero o tejedor
dócil al dominio del arte de bordar,
el poeta (situado ya fuera de toda literatura)
traza letras que van a picotear
el sebo del sentido.
No hay sintaxis en las migajas,
hay magnetismo,
y la nostalgia viaja asida
a la popa del barco clandestino
que un día lo erradicará
definitivamente
del mundo de las certezas.
Un inefable sentimiento de gratitud
cae entonces en sus manos.
Debe preparar el cuenco para los flujos,
debe quitar las cataratas de la visión anquilosada,
debe procurar que la materia poética
no se escurra entre sus dedos.
¡Qué no caiga en el vacío!
Una colección de minerales
es el mejor comentario orgánico
a estos quehaceres.
Las piedrecillas que arroja la marea
han sido siempre de gran ayuda.
Pedir consejo a los yesos cristalinos,
a los feldespatos, al cuarzo y a las micas
es adentrarse en la palabra que nos llama
desde la lava ígnea que las ha creado.
IV
La piedra cuando aflora
es ya una concreción meteorológica
(el clima mismo).
Fue colocada en un espacio funcional
por la labor de los mineros
que moldean de este modo
la relación del magma y la cultura.
Es así, que cultivando la cultura
como una roca, esta se enciende.
Nos da lumbre con el poema-pedernal
y se proyecta también hacia el futuro,
pues la piedra trae consigo
el sonido armónico de las esferas
(una eternidad sin lágrimas).
Más tarde, el órgano que vibra
en su interior
desde el inicio de los tiempos,
adquiere la facultad de moverse.
Todos sus tubos y todos sus fuelles
se exaltan con rabia y frenesí
creando un primer caligrama,
que compuesto y ejecutado
con los recursos del caos
es a la vez una parábola
y algo ya concluido.
El buque-prodigio sale entonces del astillero
con las conchas adheridas a él como sopapas,
mientras un Martín Pescador común
revolotea en su entorno, curioso.
V
La materia poética se manifiesta
cuando está en movimiento.
No tiene forma y está privada de contenido.
No escribe con colores
ni se expresa con palabras.
No tiene voz.
Es una serie de impulsos mutables y convertibles
cuyo diseño queda siempre inconcluso.
Allí por fortuna
nada está en su lugar,
salvo el duro granito
de un certero adoquín
en pleno vuelo.
Texto: Eduardo Magoo Nico
Foto: Alejandro Pi-hué