lunes, abril 20, 2020

Anónimo encontrado en un tachito.


Quien mejor se encuarentene mejor encuarentendedor será. ¿Querés encuarentenarte conmigo? Tengo tele y wincofón y morfi como para una cinquentena. Es que de cuarenta en cuarenta seguiremos (según Alessandro Baricco) viviendo, el medio siglo que nos queda, antes del patapuf final... Los meses pasarán a tener cuarenta días para hacer más simples las cosas, eso lo doy por hecho. ¡Hasta que alguno se harte, y cante las cuarenta! E irá derechito al manicomio o al cementerio.
Pero ojo, sería conveniente, que se vayan cambiando las parejas cuarenteneras, como en el Pericón Nacional (¿viste?), porque sino florecerán aún más los feminicidios, los hombrilicidios y los niñicidios (dios me libre y guarde). Yo diría además, que para favorecer la necesaria y sana alimentación, a cada crestiano (o hereje, no viene al caso) le toque un Orto (lo digo en italiano porque queda más fino, y siempre con perdón de la palabra). Pues ésta es la ley primera, como dijera Don Dionisio (y Afrodita al toque, dignificó).
Yo pienso sobre todo en los derechos de los niños, porque me siento como de nueve. Cuando llegue a los diez, ya me voy a sentir más grande me dijo mi mamá, y por ahí pienso distinto.
(Ahora meto esta hoja en el tarro de Nesquik, y lo revoleo por el balcón. A ver si la emboco.) Texto: Eduardo Magoo Nico.
Foto?: De acà.

Ordalía



Quien adolece de alguna enfermedad


O anomalía


Ve la entera humanidad


Como un solo cuerpo doliente


Y siente cada célula de su cuerpo


Tendiendo hacia una inopinada felicidad


Cree que a aquella humanidad


Y a ésta felicidad


Las empuja


Un destino particular




No conocerá en verdad jamás


Su verdadera identidad


Sino una interpretación


Cómica


Histriónica


Satírica


De sus desventuras


Y rechazará siempre toda evidencia


De la profunda tragedia


Que se cela en ella




Dentro suyo una idea exaltada


De rebelión


Lo lleva al centro del ciclón


Al corazón lacerado de la existencia


En el que la luz del día


Entra poco y mal




Unas pocas ranuras


Que se abren hacia el exterior


Portan junto al oxígeno


Ciertos olores cáusticos


Tremendamente penetrantes


Que contaminan continuamente el gusto


E invaden con cada respiro sus pulmones




Ve relámpagos


Oye agudos silbidos


Y es recorrido


A lo largo de todos los canales de su voluntad


Por resueltas intenciones contrarias a la Idea


En la que se ha formado




¡Escapemos de una vez de aquí!


¡Incendiemos las fábricas, los autos, los bancos!


¡Destruyamos las máquinas!


¡Al paredón los milicos!


¡Muerte a los patrones y a los capataces!




Una certeza física


Casi un grito de sus vísceras


Le advierte


Que ningún esfuerzo moral


Servirá ya


Para frenar ese estímulo imperioso


¡Vomitar!




Aquel maldito vómito de cada tarde


Cuando regresa del trabajo


Se manifestaba tempranamente


En el umbral de su puerta


Toda vez que intentaba subir a su habitación


Y no lograba avanzar un paso


¡Hasta las constelaciones se detendrían


Ante semejante marasmo!




Yo evitaba mirarlo


En esos momentos


Por la piedad que me producía...


-No hagas caso a lo que digo


Me repetía ante cada exabrupto


-Vos sos demasiado inocente para entenderlo


¡La felicidad no pertenece a nuestro mundo!


¡Es un invento de los ricos!




A pesar de todo


Desde muy chico yo siempre he deseado ser feliz


Algunos días, en mi primera juventud


Me sentía invadido a tal punto


Por este sentimiento


Que me ponía a correr a brazos abiertos, gritando:


¡Es demasiado!


¡No puedo tenerlo todo para mí!




Ahora en el barrio


Me llaman Marzo


(Vaya uno a saber por qué...)


Y vos, como las flores que se abren


Al primer sol de primavera


Te presentaste a mí


En un domingo de gala


Que vuelve cada tanto


Como una sombra luminosa


Entre torpes pinceladas de color




Un signo de reconocimiento


Irradiaba entonces tu cuerpo


¿Pero cómo explicarlo?


No existe un código que explique


El deseo que se convoca


En torno a una muchacha


Distinguiéndola de las otras




Algo así como el favor tribal


Que consagra a los nacidos “raros”


Apartados en su propio sueño


O acosados por visiones


De las que nunca, o rara vez


Despertarán




Ella siempre aceptó con humildad


Esa marca


(Hay quien la espera


Hay quien la presiente


Hay quien la precede


Hay quien la rechaza)


Un punto de luz entre las sombras


Que la distingue de todos los demás




Quien ha muerto, yace y reposa


Y el que a pesar suyo sigue viviendo


Trata de darse algo de paz


Hay un Marzo en mí que busca la guerra


Y un Marzo obediente


De ojos contenidos y sanguinolentos




En ocasiones


Una verdadera espada incandescente


En otras


Un simple amante de la historia


Y siempre, en mi vigilia


Un orden metódico


Para predisponer el campo


A la batalla




Se han inventado


Nuevos nombres


Para la vieja industria del exterminio


Denominaciones sofisticadas


Para las más brutales erupciones de ignominia


Demencia


E imbecilidad


Propias de nuestro tiempo


El del retroceso consciente y perfectamente planificado


A la barbarie...




Esta masa


Esta pobre materia de fatiga


Y de servicios


Ha de volverse inerte


(Pasta para hacer fideos)


O simplemente será desintegrada


Como harina (casi impalpable)


Que bien podría ser lanzada al viento


Con un gesto divertidamente perverso


Sin que a nadie le incomode...


¡Como en un patético y cada vez más miserable Carnaval!




¿Campos de concentración?


¿Bombardeos masivos y/o telecomandados?


¿Guerra bacteriológica?


Ese es el concepto


Llámelo como quiera


Yo prefiero llamar a este estado de cosas:


Barbarie




¿Acaso Usted piensa que será harina de otro costal?”


¡Habría que poner estos carteles


En los portones de las fábricas


De las iglesias


De los ministerios


De las oficinas


Y de los bancos!




En su soliloquio


La voz se le hacía a Marzo áspera


Mientras en él retornaba


Menos frecuente


Y discontinua


La necesidad de gritar


¡Gritar como en un comicio!




Tal vez viendo por la ventana de su cuarto


(En este marzo de “Protocolo”)


Una bella mañana otoñal


Pensó en escaparse una vez más


Al “bosque encantado”




Pasaron frente a él


A una velocidad increíble


Muchas escenas de su vida


Y muchos fragmentos


De la historia humana...


La sonrisa que asomaba en el rostro


No era demasiado diversa


De esa sonrisa de quietud


Y de ingeniosa inocencia


Que le sobrevenía


Después de cada ataque epiléptico




Pero esta vez llegaron voces de Otros


Desde la plaza poco distante


Un barullo creciente de bocinas y cacerolas


Una marejada de gente nunca antes vista


Se abalanzaba hacia las calles aledañas


Para concentrarse y avanzar


-¡Marzo! ¡Marzo! Le gritaron.


-¡Por fin! ¡Hoy es tu día!


-¡A todo o nada, vamos a marchar!




Texto: Eduardo Magoo Nico

Foto: Alejandro Pi-hué

miércoles, abril 15, 2020

Leon Trotsky - En memoria de Sergio Esenin



Hemos perdido a Esenin, ese poeta admirable, de tanta frescura, de tanta sinceridad. ¡Y qué trágico fin!. Se ha ido por voluntad propia, diciendo adiós con su sangre a un amigo desconocido, quizá, para todos nosotros. Sus últimas líneas sorprenden por su ternura y dulzura; ha dejado la vida sin clamar contra el ultraje, sin protestas vanidosas, sin dar un portazo, cerrando dulcemente la puerta con una mano por la que corría la sangre. Con este gesto, la imagen poética y humana de Esenin brota en un inolvidable resplandor de adiós.

Esenin compuso los amargos “Cantos de un hooligan” y dio a las insolentes coplas de los tugurios de Moscú esa inevitable melodía eseniana que sólo a él pertenecía. Con frecuencia se jactaba de gestos vulgares, de una palabra cruda y trivial. Pero bajo esta apariencia palpitaba la ternura particular de un alma indefensa y desprotegida. Con esa grosería semifingida, Esenin trataba de protegerse contra las durezas de la época que le había visto nacer, pero no tuvo éxito. “No puedo más”, declaró el 17 de diciembre sin desafío ni recriminación... el poeta vencido por la vida. Conviene insistir en esa grosería semifingida porque, lejos de ser simplemente la forma escogida por Esenin, era también la huella dejada por las condiciones de nuestra época, tan escasamente tierna, tan poco dulce. Cubriéndose con la máscara de la insolencia -y pagando a esa máscara un tributo considerable y por tanto nada ocasional-, está claro que Esenin se ha sentido siempre extraño a este mundo. Y esto no es una alabanza, porque precisamente por esa incompatibilidad hemos perdido a Esenin; tampoco se la reprocho: ¿quién pensaría en condenar al gran poeta lírico que no hemos sabido guardar entre nosotros?

Aspero tiempo el nuestro, quizás uno de los más duros de la historia de esta humanidad que se dice civilizada. Todo revolucionario nacido para estas pocas decenas de años, está poseído por un patriotismo furioso por su época, que es su patria en el tiempo. Pero Esenin no era un revolucionario. El autor de Pugachev y de las Baladas de los veintiséis era un lírico íntimo. Nuestra época no es lírica. Es la razón esencial por la que Sergio Esenin, por propia voluntad y tan temprano, se ha ido lejos de nosotros y de nuestro tiempo.

Las raíces de Esenin son profundamente populares, y, como todo en él, su impronta “popular” no es artificial. La prueba más indiscutible se encuentra, no en sus poemas sobre la rebeldía popular, sino nuevamente en su lirismo:


Tranquilo, en el matorral de enebros, junto al barranco
El otoño, yegua alazana, agita sus crines.



Esta imagen del otoño y tantas otras han asombrado, en primer lugar, como audacias gratuitas. El poeta nos ha obligado a sentir las raíces campesinas de sus imágenes y a dejarlas penetrar profundamente en nosotros. Fet no se habría expresado así, y Tiuchev, menos. El fondo campesino -aunque transformado y afinado por su talento creador- estaba sólidamente anclado en él. Es el poder mismo de ese fondo campesino lo que ha provocado la debilidad propia de Esenin: había sido arrancado al pasado y desarraigado, sin nunca poder arraigarse en el presente.

La ciudad no le había fortalecido, al contrario, le había quebrantado y herido. Sus viajes por el extranjero, por Europa y el otro lado del océano, no habían podido “levantarle”. Había asimilado más profundamente Teherán que Nueva York y el lirismo interior del niño de Riazán encontró en Persia más afinidades que en las capitales cultas de Europa y de América.

Esenin no era hostil a la revolución y jamás le fue ella extraña; al contrario, constantemente tendía hacia ella, escribiendo a partir de 1918:


¡Oh madre, patria mía, soy bolchevique!


Y algunos años más tarde escribía:


Y ahora para los soviets
soy el más ardiente compañero de viaje.



La revolución penetró violentamente en la estructura de sus versos y en sus imágenes que, confusas al principio, se depuraron. En el derrumbe del pasado, Esenin no perdió nada, nada lamentó. ¿Extraño a la revolución? No, pero la revolución y él no tenían la misma naturaleza. Esenin era un ser íntimo, tierno, lírico; la revolución es pública, épica, llena de desastres. Y un desastre fue lo que ha roto la corta vida del poeta.

Se ha dicho que cada ser porta en sí el resorte de su destino, desarrollado hasta el final por la vida. En esta frase no hay más que una parte de verdad. El resorte creador de Esenin, al desenroscarse, ha chocado con los ángulos duros de la época, y se ha roto.

Hay en Esenin muchas hermosas estrofas contagiadas de su época. Toda su obra está marcada por el tiempo. Y, sin embargo, Esenin “no era de este mundo”. No es el poeta de la revolución:


Yo tomo todo, todo, tal como es, acepto,
Dispuesto estoy a seguir caminos ya trillados,
Daré mi alma entera a vuestro Octubre y a vuestro Mayo,
Pero mi lira bienamada nunca la cederé.



Su resorte lírico no habría podido desarrollarse hasta el final más que en una sociedad armoniosa, feliz, plena de cantos, en una época en que no reine como amo y señor el duro combate, sino la amistad, el amor, la ternura. Ese tiempo llegará. En el nuestro, se incuban todavía muchos combates implacables y salutíferos de hombres contra hombres, pero vendrán otros tiempos que preparan las actuales luchas. La personalidad del hombre se expandirá entonces como una auténtica flor, como se expandirá la poesía. La revolución arrancará para cada individuo el derecho no sólo al pan, sino a la lírica.

En su último momento, ¿a quién escribió Esenin su carta de sangre? ¿Quizá llamaba de lejos a un amigo que aún no ha nacido, el hombre de un futuro que algunos preparan con sus luchas como Esenin lo preparaba con sus cantos? El poeta ha muerto porque no era de la misma naturaleza que la revolución. Pero en nombre del porvenir, la revolución le adoptará para siempre.

Desde los primeros tiempos de su obra poética, Esenin, consciente de ser interiormente incapaz de defenderse, tendía hacia la muerte. En uno de sus últimos cantos se despidió de las flores:


Y bien, amadas mías,
Os he visto, he visto la tierra
y vuestro fúnebre temblor
lo tomaré como una caricia nueva.



Sólo ahora, después del 27 de diciembre, todos nosotros, que le hemos conocido mal o bien, podemos comprender totalmente la sinceridad íntima de su poesía, cada uno de cuyos versos estaba escrito con la sangre de sus heridas venas. Nuestra amargura es tanto más áspera por eso. Sin salir de su dominio íntimo, Esenin encontraba, en el presentimiento de su próximo fin, una melancólica y emocionante consolación:



Escuchando una canción en el silencio,
mi amada, con otro amado
se acordará quizá de mí
como de una flor única.



En nuestra conciencia un pensamiento suaviza el dolor agudo todavía reciente: este gran poeta, este auténtico poeta, ha reflejado a su manera su época y la ha enriquecido con sus cantos, que hablan de forma nueva del amor, del cielo azul caído en el río, de la luna que como un cordero pace en el cielo, y de la flor única, él mismo.

Que en este recuerdo al poeta no haya nada que nos abata o nos haga perder valor. El resorte que tensa nuestra época es incomparablemente más poderoso que nuestro resorte personal. La espiral de la historia se desarrollará hasta el fin. No nos opongamos a él, sino que ayudémosle con toda la fuerza consciente de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad. Preparemos el porvenir. Conquistemos, para todos y para todas, el derecho al pan y el derecho al canto.

El poeta ha muerto, ¡viva la poesía! Indefenso, un hijo de los hombres ha rodado en el abismo. Pero viva la vida creadora en la que hasta el último momento Sergio Esenin ha entrelazado los hilos preciosos de su poesía.


Leon Trotsky.

Pravda, 19 de enero de 1926.

Ilustraciòn:  ALEXEY AKINDINOV, “ESENIN E ISADORA”

Serguei Esenin - Poemas






CONFESION DE UN GOLFO



No todos saben cantar,

No todos saben ser manzana

Y caer a los pies de otro.

Esta es la suprema

Confesión de un granuja.



Ando intencionalmente despeinado,

Con la cabeza como una lámpara a petróleo.

Me gusta alumbrar en las tinieblas

El otoño sin hojas de vuestros espíritus.

Me gusta que las piedras de los insultos

Caigan sobre mí como granizo vomitado por la tormenta.

Entonces es cuando aprieto con más fuerza

El globo oscilante de mi cabezota.



Con qué nitidez recuerdo entonces

La laguna cubierta de hierba y la voz ronca del aliso

Y que en algún lugar viven mi padre y mi madre.

Mis versos les importan un comino,

Pero me quieren como a un campo, como a la carne de su carne,

Como a la buena lluvia que en primavera ayuda a salir a los brotes.

Ellos les clavarían a ustedes sus horquetas

Cada vez que me lanzan una injuria.



¡Pobres, pobres campesinos!

Seguramente están viejos y feos

Y siguen temiendo a Dios y a los espíritus del pantano.

¡Si sólo pudieran comprender

Que su hijo

Es el mejor poeta de Rusia!

¿Acaso sus corazones no temían por él

Cuando se mojaba los pies en los charcos del otoño?

Ahora anda de sombrero de copa

Y con zapatos de charol.



Pero con el mismo espíritu juguetón de antes.

De aldeano travieso.

Desde lejos saluda con una gran reverencia

A las vacas pintadas en los letreros de las carnicerías.

Y cuando se cruza con los coches de la plaza,

El olor del estiércol lo remonta a los campos de su tierra

Y está dispuesto a sostener en el aire la cola de cada caballo

Como si fuese la cola de un traje de novia.



Amo mi tierra.

¡La amo con locura!

Aunque sobre ella caiga toda la tristeza y el moho de los sauces.

Gozo con los hocicos inmundos de los cerdos

Y con las notas estridentes de los sapos en el silencio nocturno.

Estoy enfermo de los recuerdos de infancia,

Sueño con la niebla y con la humedad de las tardes de abril,

Cuando nuestro arce se puso en cuclillas

Para calentarse los huesos en la hoguera del crepúsculo.

¡Trepando de rama en rama,

Cuántos huevos no robé de los nidos de las cornejas!

¿Seguirá siendo el mismo de antes, con su copa verde?

¿Tendrá todavía la corteza tan dura?



¿Y tú, mi querido perro fiel

Overo?

La vejez te ha puesto gruñón y ciego

Y vas de un lado a otro del patio arrastrando tu cola caída.

Tu nariz no distingue ya el establo de la casa.

Cuánto no significan para mí nuestras pillerías de antaño

Cuando le robaba pan a mi madre

Y lo comíamos entre los dos, mordiéndolo por turno

Sin sentir repugnancia.



Soy siempre el mismo,

Mi corazón es siempre el mismo.

Los ojos florecen en el rostro como los azulíes en el trigo.

Y yo, extiendo las esteras doradas de mis versos

Quiero decirles a ustedes

Mis palabras más tiernas.



¡Buenas noches a todos!

¡Buenas noches!

Rozando por última vez la hierba del crepúsculo

Ha enmudecido la guadaña de la aurora.

Y siento unas ganas locas

De mear a la luna desde la ventana.

¡Luz azul, en este azul profundo

Ni siquiera la muerte me importa!

¡Que importa que yo parezca un cínico

Con un farol colgando del trasero!

Viejo, buen y supercabalgado Pegaso,

¿Qué falta me hace a mí tu trote blandengue?

Yo he venido como un severo maestro

A cantar y a ensalzar a las ratas.

Como agosto, vierte

Mi cabeza el vino espumoso de mis cabellos.



Yo quiero ser ese amarillo

Que nos lleva al país que navegamos.





ESTOY CANSADO…



Estoy cansado de vivir en mi país natal,

con la nostalgia de las extensiones de trigo negro;

dejaré mi choza,

partiré como un vagabundo y un ladrón…

Volveré a la casa paterna

a regocijarme con el júbilo ajeno.

Y en una noche verde, bajo la ventana,

con la manga de mi camisa me ahorcaré.

Los sauces de plata contiguos a la cerca

inclinarán sus cabezas con mayor dulzura aún.

Y sin lavarme, sin el menor ritual,

se me enterrará bajo los aullidos de los perros.

La luna continuará bogando por el cielo,

perdiendo sus remos en el agua de los lagos;

y Rusia siempre será la misma,

danzando y llorando alrededor de las empalizadas.





SIN LAMENTOS



Sin quejas, ni lamentos ni llantos

como el humo a través del florido manzano

hasta mí llegó la marchitez dorada

ya no seré más joven y lozano.



Ya no lates con la fuerza de antes

mi corazón tocado por el hielo

y caminar descalzo por el bosque

ya no es una ilusión, no es un anhelo.



El deseo de aventura cada vez es menor

y el fuego de los labios ya se ha ido

¡oh mi joven y lejano frescor

mis antaños pletóricos sentidos!



Ahora son escasos mis afanes

¿he vivido mi vida o la he soñado?

Es como si en un alba primaveral

galopé sobre un caballo rosado.



Nuestro destino es frágil y finito

el cobre de las hojas lento emana

por todos los siglos sea bendito

lo que florece hoy para morir mañana.





LAS ESTRELLAS



¡Las pequeñas estrellas de las estrellas, usted está tan alto y tan claro!

¿Qué usted ha conseguido en usted, tan fascinando?

Las estrellas, profundas en pensamiento, así que discretas usted aparece,

¿Qué la energía a que las marcas usted están tentando tan?

¡Las estrellas, pequeñas estrellas, usted es tan denso y tan sólido!

¿Cuál es ese le hace tan grande y fascinando?

Cómo puede usted, los cuerpos divinos, producirlo:

¿Revolvimiento de una sed y de un deseo para aprender?

Porqué, como usted brille, son usted agradable y la invitación

¿En sus brazos abiertos de par en par, el instante?

Satisfaciendo el corazón, tan benigno y tentando,

¡Estrellas divinas, tan telecontrol y tan distante!





EL OTOÑO



Hay calma en el enebral espeso.

El otoño, potro taheño, peina su crin;

sobre la orilla del río suena

el retín azul de sus herraduras.

El viento, ermitaño de paso cauteloso,

aplasta la hojarasca en el camino

y en una mata de serbal besa

las llagas rojas de un Cristo invisible.





SÓLO ME QUEDA UNA DIVERSIÓN…



Sólo me queda una diversión:

los dedos en los labios y un alegre silbido.

Ya se ha esparcido mi mala fama

de peleador y escandaloso.

¡Qué ridícula mala fama!

Hay muchas caídas tontas en la vida.

Me avergüenzo de haber creído en Dios,

y me entristezco de no creer ahora.

¡Remotas lejanías doradas!

Todo arde en la rutina cotidiana.

Si blasfemé y fui escandaloso

fue para arder con mayor fulgor.

Acariciar y fustigar es el don del poeta

lleva sobre sí un signo fatal.

Yo quise enlazar sobre este mundo

a la rosa blanca y el sapo negro.

¡Qué importa no se hayan realizado

estos designios de los días buenos!

Si los demonios anidaron en mi espíritu

es porque los ángeles vivían en él.

Por estos alegres desvaríos,

yo quisiera en el postrer instante

antes de partir hacia otras comarcas

pedir a todos los que me acompañen

que por mis pecados mortales,

por no creer en el paraíso,

con mi camisa rusa me amortajen

y bajo los astros me dejen expiar.





CARTA A UNA MUJER



Usted se acuerda, usted, claro, de todo se acuerda,

 cuando andaba nerviosa por la estancia –

yo a la pared pegado –

y me reñía con acerbas palabras.

Decía usted que había llegado la hora de separarnos,

que a causa de mis locuras sufría mucho,

que iba a dedicarse a sus cosas,

y que yo estaba condenado a rodar por la pendiente.

Querida: Usted no me amaba.

Ignoraba que entre el gentío era yo cual caballo espumeante,

espoleado por audaz jinete.

Ignoraba que entre aquella humareda,

en la fosca tormenta de la vida sufría yo,

sin comprender lo que se avecinaba.

De cara a cara no se ve el rostro.

Lo grande se ve a distancia.

Cuando el mar se encrespa, corren riesgo las naves.

¡Y de pronto se convirtió la tierra en una nave!

Alguien empuñó majestuoso el timón rumbo a la nueva vida prodigiosa

 por entre vendavales y tormentas.

¿Quién no se cayó en la cubierta?

¿Quién no vomitó y no maldijo?

Pocos hubo que no se mareasen, que venciesen aquel torbellino.

Entonces entre un clamor salvaje,

sabiendo bien lo que me hacía bajé a la bodega

para no ver vomitar a la gente.

 Aquella bodega era eso: la taberna.

Yo me entregué al vino para no padecer por nadie

y hundirme en la embriaguez.

Querida: La hice sufrir, es cierto.

En sus cansados ojos se asomaba la pena al ver que yo,

ostentosamente,

 me consumía en escándalos diarios.

Pero usted ignoraba que entre aquella humareda,

en la fosca tormenta de la vida, sufría yo,

sin comprender lo que se avecinaba…



********



Han pasado los años.

Mi edad es ya otra.

Ahora pienso de distinto modo.

Ahora brindo en los días de fiesta por el gran timonel.

Me embargan hoy amables sentimientos.

Al recordar su angustia quiero apresurarme a decirle lo que fui antes,

lo que soy ahora.

Querida: Me complace comunicarle que no rodé por la pendiente.

Vivo en el Territorio Soviético como el más entusiasta adherente.

No soy ya el de antes.

Ahora no la haría sufrir como entonces.

Tras la bandera de la libertad y del trabajo luminoso,

estoy dispuesto a ir al fin del mundo.

Perdóneme… Sé que usted no es la de ayer.

Ahora vive con un marido serio, inteligente.

A usted no le hacen falta nuestros duros quehaceres,

y yo tampoco le hago la menor falta.

Viva bajo el signo de su estrella, bajo su mansión renovada.

La saluda su amigo que jamás la olvida,

Serguéi Esenin





¡DEJAOS YA DE RIÑAS! ¡ES LA VIDA!…



¡Dejaos ya de riñas! ¡Es la vida!

¡Yo no comercio con palabras!

Se ha vuelto grave y ya se dobla

mi cabeza dorada hacia la espalda.

Por aldea y ciudad amor no siento.

¿Cómo pude sentir alguno?

Todo lo dejaré y, con barba larga,

 iré por Rusia cual vagabundo.

Olvidaré los poemas y los libros,

me echaré un saco sobre la espalda,

porque en los campos, a un perdido,

más que a ninguno el viento canta.

Apestaré a rábano y cebolla y,

turbando la quietud de la tarde,

me sonaré ruidosamente con la mano

y haré simplerías en todo.

Y no necesito mejor suerte

que olvidar escuchando la cellisca,

pues sin estas extravagancias

no sé vivir en este mundo.





HASTA PRONTO AMIGO MÍO….



(Manuscrito escrito con sangre que se encontró

en la habitación donde Sergei Esenin se suicidó.)



Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto,

querido mío, te llevo en el corazón.

La separación predestinada

promete un nuevo encuentro.

Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras,

no te entristezcas ni frunzas el ceño.

En esta vida el morir no es nuevo

y el vivir, por supuesto, no lo es.



Serguei Esenin (Konstantínovo, Riazán, 21 de septiembre de 1895- -Leningrado, 28 de diciembre de 1925)