Bellos y nobles son los amigos que tu atormentas
Reproche. Concédeme que mi amada aquí llegue a salvo, y que olvide los errores
que en el pasado he cometido. Ve, llama todas esas cosas y disuélvelas.
Los hombres no pueden del
todo ser felices, pero pueden intentar de la felicidad, ser parte. Aquí sobre
el altar la carne de este cándido ariete. La fatiga le ha extenuado el corazón.
La noche se acerca. Hacia ti mi pensamiento no podrá jamás cambiar. El dolor
envuelve mi mente y fuera de mí vuela Deseo que sigue la sombra de la diosa de
seno morado. Que vaya errando y vuele en torno a ti que eres bella y que
disfrute como yo cuando te miro de frente. Y esto debes saberlo en tu corazón,
que yo de todas las cosas, seguir la entera noche en fiesta quisiera, que
muchas y bellas fiestas vivimos, que también tú un tiempo fuiste feliz y amabas
cantar, cantando tu amor y el de la esposa de pezones violáceos. Esta visión
verdaderamente me ha turbado. Apenas te miro un breve instante, nada más puedo
decir, y deseo y bramo con mi llanto.
Me parecías una niña
pequeña y desgraciada. Eros sacudió mi cuerpo como la ráfaga que irrumpe y
desvasta el bosque de encinas. Yo te deseaba y has congelado mi corazón
ardiendo. Y por ello, creo que nunca verá la luz una muchacha que te iguale en
Sofhía. Yo amo la fineza y tú lo sabes, y a ti la estima por el sol te ha dado
en suerte gracia y esplendor.
¡Delirio! ¡Tú que
atravesando la negra noche das vueltas y vueltas y al Sueño, suave dios,
terriblemente inquietas!
Pero ella quiere andar,
coetáneas de Armonía, danza centelleante de alegría sonora. Con ustedes, sobre
el carro de las mujeres delicadas de Illío, donde el dulce sonido y el arpa se
confunden. Con voz aguda las vírgenes entonan el canto arcano y llega hasta el
cielo el eco potente. Por todos lados en las calles, hay jarras y copas. Mirra,
vino e incienso se mezclan. Mujeres ancianas gritan: ¡eleléu! Y todos los
hombres alzan alto el clamor que agrada a los dioses.
Ella deseaba andar
Reproche, y me dejaba llorando mucho rato. Y luego secando mis lágrimas con su
pañuelo, me decía: Ah, que penas
horribles sufrimos, querido amigo. De verdad, que contra mi voluntad te dejo. Pero
yo no conozco ira o rencor, mi corazón está templado. Y así le respondía: Ve y sé feliz, y de mí guarda memoria. Tú
sabes cuanto te he querido, pero si no lo recuerdas, entonces quiero
mencionarte todos los momentos intensos que hemos compartido. Con ungüento
floral aplacabas los ardores y no había reunión ni sacrificio ni fragor ni
danza en la cual estuviéramos ausentes…
Ahora, entre las mujeres
chipriotas se alza como entonces, puesto el sol, la Luna con sus dedos de rosa.
Supera todas las estrellas y posa su luz sobre el mar salobre, como sobre los
campos cubiertos de flores, y el rocío se ha difundido y están en flor el mirto
y el trébol. Con voz de miel canta Afrodita y su mano juega con el ramillete de
violetas que asoma entre sus senos. A su llamado el ruiseñor (nuncio de
Primavera) me lleva.
El vello se eriza. Los
muslos se contraen. Sudan. Quiero tener
compañeras, dice. Pone en torno a las cabelleras, coronas graciosas. Plena
se mostraba la luna y las muchachas se dispusieron en torno al altar. La diosa
tomó entre sus brazos a mi amada y destacándola del círculo, ante mí la
presenta.
Esposo afortunado -dice sonriendo Afrodita- no ves que ya se han celebrado las Nupcias?
Siempre estará contigo la muchacha que soñabas... ella será tu Eco...
¡Delírio! Tú, que como un
cometa de mil colores, atraviesas la noche oscura cuando el Sueño, dulce dios,
cierra sus ojos.
Ha caído la luna. Eros,
que regala dolores, duerme sobre el seno de una ternera preñada. El tiempo
transcurre. La medianoche pasa. Yo duermo sólo. A mi lado huele a violetas un
pañuelo, empapado de lágrimas.
Texto: Eduardo Magoo Nico (Un ejercicio de reescritura de fragmentos de Safo).