sábado, marzo 13, 2021

Ojos que razonan

 


Estoy entre lo que los antiguos llamaban "los ojos de Giove Laziale". Dos pequeños cráteres, luego inundados, de un gran volcán extinguido. Uno el lago Albano, el otro el lago de Nemi. Sobre el primero se asoma la residencia veraniega del Papa (Castel Gandolfo), sobre el segundo los restos del templo de Diana Nemorensis, y debajo de estos, la villa de Calígula. Sobre la pupila de Giove el emperador daba sus fiestas. Había hecho construir dos grandes barcas a modo de plataformas de setenta metros de largo, que finalmente, "cuando el desastre se encargó también de ellas", descansaron sobre la retina de su dios, incólumes, durante casi dos mil años. Estoy sentado en una pequeña tarima de madera, contemplando el valle cubierto de robles. El cielo está encapotado pero a ratos sale el sol. Ahora un tábano zumba en mi oreja y pasa. Me rasco la cabeza, ¿alergia o caspa? En estos días el anteojo parece más preciso. Veo la punta del bolígrafo dibujar palabras. ¿Quién carajo dijo que se debe escribir sólo cuando se tiene algo que decir? No soy lo que se escribe, pero lo veo discurrir nítidamente. Pareciera que lo que se debe decir es lo imprevisto… Veo la vieja amada lengua que se repite y cruza con esta otra, mucho más nueva, que apenas cuenta. Y una en otra hacen la equis del puto cromosoma femenino. ¡Malas lenguas!


Alzando la mirada veo como ella se diviniza con el baño y está así, como una niña, más bonita que con la ropa puesta. La cara oval, los cabellos negros, el pelo dividido, el rostro simétrico. Y si ahora se peina y siento la exaltación y el pavor de los dieciséis años ante un desnudo de mujer, eso, que parece poco, es suficiente para que su cabeza caiga por su propio peso, que es casi todo agua, lleve su mano a la nuca y alce hacia mi su mirada desolada, que se hace leña, cuando el hacha soy yo.  Luego cruza el campo contonéandose indiferente. Se dirige hacia el bosque fuera de la luz. Mujer luciérnaga. El batido de alas de sus caderas despierta al soñador en otro sueño, en el que mis propios perros no me devoran aún. Diana vive aquí.

 

Un helicóptero policial se detiene en el aire, casi frente a la ventana y yo escribo, escribo más para terminar este cuaderno realmente incómodo, que por alguna otra urgencia. Por otra parte he dicho que soy escritor, por lo que es bueno y coherente que cada tanto me sorprendan escribiendo. A la incomodidad del cuaderno, que trata de cerrarse, se agrega la incomodidad del pupitre, el hambre, el que la cabeza me pica y por lo tanto, me siento sucio. La situación de la casa es una situación de mierda. Yo en medio feliz, como un idiota con su chica, en los tiempos en que lo permite el desastre que nos amenaza. Situación de mierda quiere decir que una joven napolitana que hasta ayer fue militante de ultraizquierda, se da cuenta de que su compañera de casa, de vida, su amor de los últimos años, se ha enamorado de un fascista. La veo sentada en el piso, hecho con el roble del bosque de Diana, con las hojas entre las piernas y las manos abiertas metidas en el pelo. Sus pensamientos se persiguen en el aire. Reescribo lo que Carla escribe: "Todavía puedo mirar el volcán envuelto por las nubes mostrarse en la ventana, imagen familiar, presencia silenciosa y que en silencio está por saludarme, también él. Un nuevo adiós, una separación. Como si fuese el único modo para seguir estando juntas. Un dolor tan conocido que se ha vuelto soportable. Un dolor crónico. He gritado las palabras y no he amado mi dolor. No he amado mi dolor, no yo, no yo… No yo."

 

Durante mil novecientos dos años, descansaron las barcas de Calígula en el lecho del lago de Nemi, en la sacra retina de Zeus. Y en el mil novecientos cuarenta y tres, los fascistas decidieron vaciarle un ojo al viejo Giove Laziale y las extrajeron del fango. Entonces encontraron que la ingeniería con la que fueron construidas era mucho más avanzada de la que todos suponían, cuadernas perfectas, anclas articuladas, ornamentos delicadísimos. Para albergarlas, construyeron a orillas del lago un museo con dos "naves", de arquitectura igualmente moderna para la época. Dos años después el museo fue bombardeado por los aliados, y las naves devoradas por el incendio.

 

"¿Devolver la libertad a la mosca? ¿Dejar que la tarántula la devore?". Se pregunta Carla en mi cuaderno. "Il disastro si prenderá cura di tutto", solía decir ella frente a la ventana, lo decía con sus ojos, que razonan sin hablar. El desastre se encargará de todo. Las mujeres del volcán lo saben desde siempre, lo aprendieron con los siglos, en cada erupción del Vesubio, en sus ríos de lava, en las nubes de ceniza. Lo sabían las mujeres de Ercolano y de Pompeya, y las que soportaron en las galerías y cisternas de la Nápoli subterránea, el hambre y los bombardeos masivos de la segunda guerra mundial.

 

Ellas me sacaron el vicio del orgullo, esa grasa inmunda. No con las palabras, con los dedos, con su diversidad, con esa emoción continua, intangible, irreparable, que traen los días compartidos en el profundo golfo místico, en el teatro de sus vidas. Esos días que hoy se me regalan como caramelos de carne. Digo, que las mujeres del volcán le han arrancado a la naturaleza unos rasgos y unos gestos, que no hubiese osado soñar. Si me quedara algo de aliento, debería hablar de sus cuerpos…

 

De hambre escribo, de siglos de hambre, pero ahora el plato de pasta humea cerca mío y yo tiemblo, suspiro, y quiero dejar de una vez esta birome "maledetta". Carla dice: "¡Si mangia… Chi si accontenta, gode!" El cuaderno, como siempre, insiste en cerrarse. Cuaderno que se cierra. Párpados para estarse dentro. Párpados que transparentan.


Texto: Eduardo Magoo Nico
Foto: Lago de Nemi

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