Hemos perdido a Esenin, ese poeta admirable, de tanta
frescura, de tanta sinceridad. ¡Y qué trágico fin!. Se ha ido por voluntad
propia, diciendo adiós con su sangre a un amigo desconocido, quizá, para todos
nosotros. Sus últimas líneas sorprenden por su ternura y dulzura; ha dejado la
vida sin clamar contra el ultraje, sin protestas vanidosas, sin dar un portazo,
cerrando dulcemente la puerta con una mano por la que corría la sangre. Con
este gesto, la imagen poética y humana de Esenin brota en un inolvidable
resplandor de adiós.
Esenin compuso los amargos “Cantos de un hooligan” y
dio a las insolentes coplas de los tugurios de Moscú esa inevitable melodía
eseniana que sólo a él pertenecía. Con frecuencia se jactaba de gestos
vulgares, de una palabra cruda y trivial. Pero bajo esta apariencia palpitaba
la ternura particular de un alma indefensa y desprotegida. Con esa grosería
semifingida, Esenin trataba de protegerse contra las durezas de la época que le
había visto nacer, pero no tuvo éxito. “No puedo más”, declaró el 17 de
diciembre sin desafío ni recriminación... el poeta vencido por la vida.
Conviene insistir en esa grosería semifingida porque, lejos de ser simplemente
la forma escogida por Esenin, era también la huella dejada por las condiciones
de nuestra época, tan escasamente tierna, tan poco dulce. Cubriéndose con la
máscara de la insolencia -y pagando a esa máscara un tributo considerable y por
tanto nada ocasional-, está claro que Esenin se ha sentido siempre extraño a
este mundo. Y esto no es una alabanza, porque precisamente por esa
incompatibilidad hemos perdido a Esenin; tampoco se la reprocho: ¿quién
pensaría en condenar al gran poeta lírico que no hemos sabido guardar entre
nosotros?
Aspero tiempo el nuestro, quizás uno de los más duros de la historia de esta humanidad que se dice civilizada. Todo
revolucionario nacido para estas pocas decenas de años, está poseído por un
patriotismo furioso por su época, que es su patria en el tiempo. Pero Esenin
no era un revolucionario. El autor de Pugachev y de las Baladas de los
veintiséis era un lírico íntimo. Nuestra época no es lírica. Es la razón
esencial por la que Sergio Esenin, por propia voluntad y tan temprano, se ha
ido lejos de nosotros y de nuestro tiempo.
Las raíces de Esenin son profundamente populares, y,
como todo en él, su impronta “popular” no es artificial. La prueba más indiscutible
se encuentra, no en sus poemas sobre la rebeldía popular, sino nuevamente en su
lirismo:
Tranquilo, en el
matorral de enebros, junto al barranco
El otoño, yegua alazana, agita sus crines.
El otoño, yegua alazana, agita sus crines.
Esta imagen del otoño y tantas otras han asombrado, en
primer lugar, como audacias gratuitas. El poeta nos ha obligado a sentir las
raíces campesinas de sus imágenes y a dejarlas penetrar profundamente en
nosotros. Fet no se habría expresado así, y Tiuchev, menos. El fondo campesino
-aunque transformado y afinado por su talento creador- estaba sólidamente
anclado en él. Es el poder mismo de ese fondo campesino lo que ha provocado la
debilidad propia de Esenin: había sido arrancado al pasado y desarraigado, sin
nunca poder arraigarse en el presente.
La ciudad no le había fortalecido, al contrario, le
había quebrantado y herido. Sus viajes por el extranjero, por Europa y el otro
lado del océano, no habían podido “levantarle”. Había asimilado más
profundamente Teherán que Nueva York y el lirismo interior del niño de Riazán
encontró en Persia más afinidades que en las capitales cultas de Europa y de
América.
Esenin no era hostil a la revolución y jamás le fue
ella extraña; al contrario, constantemente tendía hacia ella, escribiendo a
partir de 1918:
¡Oh madre, patria
mía, soy bolchevique!
Y algunos años más tarde escribía:
Y ahora para los
soviets
soy el más ardiente compañero de viaje.
soy el más ardiente compañero de viaje.
La revolución penetró violentamente en la estructura
de sus versos y en sus imágenes que, confusas al principio, se depuraron. En el
derrumbe del pasado, Esenin no perdió nada, nada lamentó. ¿Extraño a la
revolución? No, pero la revolución y él no tenían la misma naturaleza. Esenin
era un ser íntimo, tierno, lírico; la revolución es pública, épica, llena de
desastres. Y un desastre fue lo que ha roto la corta vida del poeta.
Se ha dicho que cada ser porta en sí el resorte de su
destino, desarrollado hasta el final por la vida. En esta frase no hay más que
una parte de verdad. El resorte creador de Esenin, al desenroscarse, ha chocado
con los ángulos duros de la época, y se ha roto.
Hay en Esenin muchas hermosas estrofas contagiadas de
su época. Toda su obra está marcada por el tiempo. Y, sin embargo, Esenin “no
era de este mundo”. No es el poeta de la revolución:
Yo tomo todo,
todo, tal como es, acepto,
Dispuesto estoy a seguir caminos ya trillados,
Daré mi alma entera a vuestro Octubre y a vuestro Mayo,
Pero mi lira bienamada nunca la cederé.
Dispuesto estoy a seguir caminos ya trillados,
Daré mi alma entera a vuestro Octubre y a vuestro Mayo,
Pero mi lira bienamada nunca la cederé.
Su resorte lírico no habría podido desarrollarse hasta
el final más que en una sociedad armoniosa, feliz, plena de cantos, en una
época en que no reine como amo y señor el duro combate, sino la amistad, el
amor, la ternura. Ese tiempo llegará. En el nuestro, se incuban todavía muchos
combates implacables y salutíferos de hombres contra hombres, pero vendrán
otros tiempos que preparan las actuales luchas. La personalidad del hombre se
expandirá entonces como una auténtica flor, como se expandirá la poesía. La
revolución arrancará para cada individuo el derecho no sólo al pan, sino a la
lírica.
En su último momento, ¿a quién escribió Esenin su
carta de sangre? ¿Quizá llamaba de lejos a un amigo que aún no ha nacido, el
hombre de un futuro que algunos preparan con sus luchas como Esenin lo
preparaba con sus cantos? El poeta ha muerto porque no era de la misma
naturaleza que la revolución. Pero en nombre del porvenir, la revolución le
adoptará para siempre.
Desde los primeros tiempos de su obra poética, Esenin,
consciente de ser interiormente incapaz de defenderse, tendía hacia la muerte.
En uno de sus últimos cantos se despidió de las flores:
Y bien, amadas
mías,
Os he visto, he visto la tierra
y vuestro fúnebre temblor
lo tomaré como una caricia nueva.
Os he visto, he visto la tierra
y vuestro fúnebre temblor
lo tomaré como una caricia nueva.
Sólo ahora, después del 27 de diciembre, todos
nosotros, que le hemos conocido mal o bien, podemos comprender totalmente la
sinceridad íntima de su poesía, cada uno de cuyos versos estaba escrito con la
sangre de sus heridas venas. Nuestra amargura es tanto más áspera por eso. Sin
salir de su dominio íntimo, Esenin encontraba, en el presentimiento de su
próximo fin, una melancólica y emocionante consolación:
Escuchando una canción en el silencio,
mi amada, con otro amado
se acordará quizá de mí
como de una flor única.
mi amada, con otro amado
se acordará quizá de mí
como de una flor única.
En nuestra conciencia un pensamiento suaviza el dolor
agudo todavía reciente: este gran poeta, este auténtico poeta, ha reflejado a
su manera su época y la ha enriquecido con sus cantos, que hablan de forma
nueva del amor, del cielo azul caído en el río, de la luna que como un cordero
pace en el cielo, y de la flor única, él mismo.
Que en este recuerdo al poeta no haya nada que nos
abata o nos haga perder valor. El resorte que tensa nuestra época es
incomparablemente más poderoso que nuestro resorte personal. La espiral de la
historia se desarrollará hasta el fin. No nos opongamos a él, sino que
ayudémosle con toda la fuerza consciente de nuestro pensamiento y de nuestra
voluntad. Preparemos el porvenir. Conquistemos, para todos y para todas, el
derecho al pan y el derecho al canto.
El poeta ha muerto, ¡viva la poesía! Indefenso, un
hijo de los hombres ha rodado en el abismo. Pero viva la vida creadora en la
que hasta el último momento Sergio Esenin ha entrelazado los hilos preciosos de
su poesía.
Leon Trotsky.
Pravda, 19 de enero de 1926.
Ilustraciòn: ALEXEY AKINDINOV, “ESENIN E ISADORA”
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