Aquello que se manifiesta
Y resplandece
Se vuelve adorable
Pues nada hay
Menos latente
Que lo bello
Cuando
A la creciente desnudez
De la piel
(Desprovista de pelos)
Se opone el vestido
Y el ornamento
Aparece un umbral
Una interrupción
Que separa lo invisible
De lo visible, en el cuerpo
La fragrante exposición
De aquello que atrae
Al ocultarse
Se vuelve imaginaria
(Bajo el plumaje o la cornamenta
Piel que asoma entre las pieles
Cueros, tejidos y calzados
Pinturas, joyería, enlujamiento)
Pero no por ello deja de ser sexual...
¿Ganancia diferencial?
¿Legalidad inherente?
¿Preferencia estética?
Ante tales formulaciones
La belleza como escándalo
Salta a los ojos:
(Largas pestañas
Retoques de las cejas
Maquillaje, máscara
Bulto, culo, pechos)
Pareciera que hubiese
Una ausencia absoluta
De finalidad, en lo bello
(Salvo, claro está, para el cortejo)
Inutilidad y utilidad mediante
El exceso y la ostentación
Agregados a un cuerpo
(Tacos, corsé, corpiños,
Braguetas de armar, sombreros)
Ya de por sí, carente de adornos
(Salvo el pelo púbico y los cabellos)
Añaden una pompa lúdica y caprichosa
A la supuesta “naturalidad” del gusto
Que, sin embargo, no dicta moda
Por ese “divino esplendor”
La mirada viaja
Del ave del paraíso
Al pavo real
Y se demora
(Un instante casi eterno)
En el pequeño colibrí
Que encanta
Y de nosotros se compadece:
¡Qué poca cosa sois!
Texto: Eduardo Magoo Nico
Foto: Alejandro Pi-hué
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