BAILAR HASTA
PERDER LA FORMA HUMANA
“Normalmente
la formas humanas están rigidizadas, acorazadas. Al calor de las emociones se pueden poner
nuevamente plásticas y son posibles de remodelar. Los encuentros de rock
tienden a producir ese
calor, pero esto es azaroso”, escribían Los
Redonditos de Ricota en septiembre de 1983.
Provocar el
azar que logre esa mutación fue, acaso, la
apuesta del grupo desde sus comienzos, durante los
años de la última dictadura militar en Argentina. En
sus primeros recitales —encuentros experimentales
donde se mezclaban números circenses,
monologuistas, bailarinas de striptease, poetas,
artistas plásticos y más de diez instrumentos en escena— se
trataba de que la conmoción recorriera
los cuerpos.
Bailar hasta
perder la forma humana: ésa era la
invitación y la promesa de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota hacia sus seguidores.
Éramos tan
pocos —recuerda el Indio Solari, líder del grupo—
que el borde de los escenarios se hacía permeable y
emancipaba a artistas y a espectadores de sus roles
acostumbrados. La idea era perder la
forma humana en un trance que desarticule las
categorías vigentes y provea emociones reveladoras (1).
Cuerpos vivos
y atentos, receptivos a nuevos estímulos.
Cuerpos dispuestos a percibir la sensualidad de los
sentidos de un modo diferente. Cuerpos
permeables a impresiones no ordinarias. Cuerpos que
enuncian aquello que resulta inexpresable con palabras.
Movimientos y energías que, al decir
de Gurdjieff, convocan informaciones provechosas
para el ser. El baile y la danza como generadores
de experiencias capaces de despertar un nuevo
estado de conciencia del mundo. Los músicos como
los encargados de proyectar esos descubrimientos.
Mientras el afuera aparecía signado por el terror
y la vida cotidiana se plagaba de temores y
ausencias, el mundo subterráneo de los recitales
se convertía en el espacio de la vida desbordante,
de la cercanía intensa, de la fusión colectiva en
acontecimientos plagados de delirio y libertad.
“Innumerables
son las herramientas del cambio como
múltiples son los planos de la realidad”, proclamaba en
1973 el manifiesto “Las pieles del fracaso”, del
escritor y periodista Miguel Grinberg. Perder la
forma humana podría pensarse como una de esas
múltiples herramientas de transformación propiciadas
por la exploración de otras latitudes de la
consciencia. Perder la forma humana como una
invitación a la mutación, como un salirse de sí mismo
hacia nuevos parámetros de lo sensible. Perder la
forma humana como una elección del camino de la
autocreación permanente, del espíritu libre que se
emancipa de la razón y de los dogmas modernos
occidentales en busca de una sensibilidad diferente. Un
modo de fuga del sujeto sujetado a sentidos
comunes rutinizados que definen cómo y qué deben
ser los cuerpos, las almas, los pensamientos, las
conductas, las voluntades.
Una política
del éxtasis donde se fusionan retribalización,
primitivismo, chamanismo, vagabundeos beats y filosofías
malditas. Una política de la
dislocación que rehúye los valores absolutos y no adhiere
a mapas ideológicos preestablecidos. Un llamado al
movimiento que es también una apelación a
la diferencia y al extrañamiento con las propias
verdades. Una invitación a la diversidad, a la búsqueda
incesante, a lo inclasificable. Porque, tal
como afirma Solari, “sólo lo que no tiene
identidad sobrevive” (2).
PROTEGER EL
ESTADO DE ÁNIMO: EL CUERPO
COMO ALEGRÍA
La política
del éxtasis fue también una política de la
protección del estado de ánimo, donde el placer rige
como el principio ordenador de las acciones y
elecciones. Desconfiar de lo que daña y seguir las
huellas de aquello que gratifica fue la máxima que guió
a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
cuando, en plena dictadura, el grupo se ocupó de la
creación de espacios de alivio y bienestar donde pudiera
generarse el estallido expresivo de las
sensaciones:
Un buen
estado de ánimo es como una religión a un mejor
precio. Su principal mandamiento es: ¡NO TE
ABURRIRÁS! Durante la dictadura
militar fue necesario construir guaridas underground
para Dionisios. Tratar de que el miedo no nos
paralizara y el amor no fuera desacreditado. Que siguiera
operando como el simple deseo del bien para
otro. Que la alegría no fuera parodiada y que la
belleza apareciera aunque mas no fuera esporádicamente (3).
Lo
dionisiaco, ese sentimiento descrito por Nietzsche
bajo la metáfora de una embriaguez que conduce a
la disolución del individuo, operaba como una guía
en la construcción de esas pequeñas y
difusas cápsulas de vida grupal.
Con la
llegada de la democracia las guaridas dionisiacas
destinadas a proteger el estado de ánimo se
multiplicaron, impulsadas por artistas, músicos e
intelectuales que promovieron una serie de
novedosas prácticas estético-políticas donde el
juego, el humor, el cuerpo, el placer, el baile, las
emociones, la distancia irónica y la relación con
el otro tuvieron un rol privilegiado.
El artista
plástico y sociólogo Roberto Jacoby utilizó el
término “estrategia de la alegría” (4) (2000) para
referirse a estas disruptivas acciones culturales que
procuraron la defensa del estado de ánimo y
buscaron potenciar las posibilidades de los
cuerpos, frente a la feroz estrategia de ordenamiento concentracionario
y aniquilamiento desplegada por el
terrorismo de Estado (5).
Durante los
años ochenta, la “estrategia de la alegría”
se desplegó como una forma molecular de
resistencia, conformando un entramado under de
formas de encuentro microsociales en bares,
discotecas, estaciones ferroviarias, clubes, parques o
sótanos en ruinas. Espacios no convencionales del circuito
artístico a veces intermitentes o efímeros,
otras creados por sus propios protagonistas
como centro de reunión y creación artística
colaborativa. Una apuesta/respuesta política de
resistencia, pero también de confrontación que, valiéndose
de la afectividad de los sujetos, apuntó a
reconstruir el lazo social quebrado por el poder
desaparecedor a partir de la instauración de otras
formas de sociabilidad.
Así, a través
de una estética-política relacional y festiva,
que apuntaba a la generación de espacios de
experimentación, disfrute e interrelación, la defensa
del estado de ánimo se convirtió también en una
defensa de la vida y un desobediente rescate de
las pasiones alegres. Si los poderes, para su
ejercicio, se valen de la composición de fuerzas
afectivas dirigidas a entristecer y a descomponer nuestras
relaciones, la alegría podía ser, tal como
señala Spinoza, esa pasión-núcleo fundamental
para la formación de una nueva comunidad política
fuera del miedo, la tristeza y la inacción.
La generación
de afectos alegres capaces de aumentar
la potencia de actuar resultaba entonces un gesto emancipatorio
sumamente significativo, aunque
cuestionado o descalificado, en tanto micropolítica
cotidiana que escapaba a las ideas de revolución
y compromiso militante de las izquierdas latinoamericanas.
En un país de cuerpos atemorizados,
torturados, desaparecidos, los cuerpos expuestos en
su goce resultaban perturbadores e
inquietantes, incluso más que las palabras o acciones de
protesta emprendidas por varios de
los artistas
“comprometidos” más prestigiosos de la época.
FIESTA Y
POLÍTICA
“Era una fiesta”, coinciden en señalar quienes formaron
parte de esos espacios donde se desplegó con todo su
desenfado la “estrategia de la alegría”, y
no es extraño que sea ésa la palabra elegida para
describir lo que allí sucedía. Por su agitación
desordenada, sus arrebatos colectivos, sus excesos y
exuberancias, el tiempo vivaz de la fiesta
contrasta fuertemente con el de la vida cotidiana que
transcurre en el marco de un sistema de
prohibiciones que aseguran la reproducción ordenada del
mundo. La fiesta interrumpe la rutinaria normalidad y
con su jubiloso caos suspende temporalmente
las responsabilidades de la vida diaria,
proponiendo el escenario justo para el movimiento, el desborde y
el disfrute de los sentidos.
Así lo
entendió Roger Caillois, quien, en su teoría de la
fiesta señaló que los encuentros festivos oponen “una
explosión intermitente a una gris continuidad,
un frenesí exaltante a la repetición cotidiana de
las mismas preocupaciones materiales, el hálito
potente de la efervescencia común a los serenos
trabajos donde cada uno se absorbe a solas, la
concentración de la sociedad a su dispersión, la fiebre de
esos momentos culminantes a la tranquila labor de las
fases atónicas de su existencia” (6). En los años
de la dictadura y posdictadura, la fiesta ofrecía la
posibilidad de otro mundo, desestructurado y placentero,
donde sus participantes se sentían sostenidos y
transformados.
Las fiestas
saben más que quienes las generan, decía una
crónica periodística de la época, aludiendo tal
vez a la dimensión (re)creativa de los
encuentros festivos. De allí su potencia política como
generadora de espacios de reunión capaces de
intensificar los flujos de energía vital y suscitar estados de
efervescencia colectiva que resignifiquen los
sentidos cristalizados. La fiesta como un escenario
donde se condensan y asimilan la integración
grupal y la creatividad; un tiempo de máxima
expresión de la vitalidad social donde el despliegue
creativo de fuerzas es capaz de generar nuevas
concepciones ideales que impriman otros significados
a la vida colectiva.
Así, puede
pensarse que a la concepción atomista de la
ciudadanía y de la vida social planteada por la
dictadura, las fiestas under de los ochenta contrapusieron
los valores de la producción colectiva y la creación
en colaboración. Cambiaron el aislamiento,
el encierro y la clandestinidad por el encuentro
grupal, la visibilidad y el regocijo del contacto con
los otros. Propusieron, en contrapunto con el
martirio y el padecimiento de la tortura, la
exacerbación de los sentidos y la recuperación del cuerpo
como superficie de placer. Criticaron el modo de
organización estructurado y jerárquico de las
organizaciones militares —y guerrilleras—a partir del
trabajo autogestivo, sin directores, y de la fusión
de disciplinas y lenguajes artísticos. Inventaron
nuevas estéticas vestimentarias, extravagantes y andróginas
que desacomodaron las asignaciones
tradicionales de género frente a las imposiciones
anodinas y homogeneizantes del poder en
materia de moda. Desafiaron las técnicas de
disciplinamiento y normalización desplegadas por el poder
militar con una estrategia política que apuntó a
la mutación, a la protección del estado de ánimo y a
la dispersión de afectos alegres. Propusieron,
en este sentido, la militancia del humor, la
militancia del placer, la militancia sexual y la
militancia de la expresión como nuevas formas de práctica
política. Promovieron, en suma, una serie de nuevas e
irreverentes concepciones ideales que
irrumpieron como valores alternativos a los que
intentó instalar la dictadura militar. Ideales que se
sobreañadieron a lo real con un alto poder revitalizador,
contribuyendo en la restitución del tejido social
desarticulado por el terror. Nuevos modos del ser
y del hacer que no fueron meras abstracciones, sino que se
imbricaron en la sociedad con todo su
potencial liberador y constituyeron un punto de
partida referencial para las generaciones posteriores.
Daniela Lucena
Mi afectuoso
agradecimiento a Gisela Laboureau, Darío Sztajnszrajber
y Nicolas Viotti por los materiales y las charlas
compartidas, que aportaron estimulantes ideas y preguntas a
mi trabajo sobre los años ochenta en
Argentina.
NOTAS
1 Entrevista
a Carlos Solari realizada por Daniela Lucenay Gisela
Laboureau, 2011.
2 Entrevista
a Carlos Solari realizada por Marcelo Figueras, en La Razón,
Buenos Aires, 1986.
3 Carlos
Solari, ídem, 2011.
4 Roberto
Jacoby, “La alegría como estrategia”, en Ana Longoni
(ed.), Roberto Jacoby. El deseo nace del derrumbe, Barcelona,
Madrid, Buenos Aires: Ediciones de La Central, MNCARS,
Adriana Hidalgo Editora, 2011, pp. 410-412.
5 La
“estrategia de la alegría” puede pensarse como el lado B de aquella
otra estrategia desplegada en la misma época por las Madres de
Plaza de Mayo y el movimiento de derechos humanos, que
tuvo como objetivo la denuncia y visibilización de los
cuerpos ausentes de los desaparecidos por el gobierno
militar y cuyo punto central fue la acción artísticopolítica del
Siluetazo. En ambas, son los cuerpos los que se hacen
presentes para reclamar aquello que les fue negado: cuerpos
ausentes que se vuelven visibles a través de un cuerpo-imagen-silueta que
les restituye su historicidad; cuerpos gozosos que
escapan de la culpa y el miedo para recuperar su conexión
con otros cuerpos a través de una nueva estética, en el sentido
de una sensibilidad exterior perceptiva.
6 Roger
Callois, El hombre y lo sagrado, Ciudad de México: Fondo de
Cultura Económica, 1996, p. 111.
Fuente: "Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina", capitulo citado "Estrategia de la Alegría" pag. 111 a 115. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2012.
Museo de Arte de Lima (Perú): 23 de Noviembre de 2013- 23 de Febrero de 2014.
Distribución y venta (España y Latinoamérica):
El libro ha sido dedicado a la memoria de Sergio Bellotti, Redson Pozzi, Daniel Sanjurjo y a todos los que pusieron el cuerpo desde aquellos años.
Se agradece la gentil colaboración de Mabel Tapia y Gustavo Piccinini en la realización del presente post.
Foto: Patricio
Rey y sus Redonditos de Ricota con Enrique Symns en La esquina del Sol, Buenos Aires, julio de
1984. Fotografía: Aspix
Fuente: "Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina", capitulo citado "Estrategia de la Alegría" pag. 111 a 115. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2012.
Este libro-catálogo de 280 páginas se ha
publicado con motivo de la exposición "Perder la forma humana. Una imagen
sísmica de los años ochenta en América Latina" organizada y producida por
el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en colaboración con la AECID.
Museo Nacional Centro de
Arte Reina Sofía: 25 de octubre de 2012-11 de marzo de 2013.
Museo de Arte de Lima (Perú): 23 de Noviembre de 2013- 23 de Febrero de 2014.
Muntref (Buenos Aires, Argentina): Hasta el 8 de agosto 2014.
Distribución y venta (España y Latinoamérica):
www.mcu.es/publicaciones/index.html.com
El libro ha sido dedicado a la memoria de Sergio Bellotti, Redson Pozzi, Daniel Sanjurjo y a todos los que pusieron el cuerpo desde aquellos años.
Se agradece la gentil colaboración de Mabel Tapia y Gustavo Piccinini en la realización del presente post.
1 comentario:
Hola a todos.
Me gustaría leer el Manifiesto de Miguel Grinberg.
"LAS PIELES DEL FRACASO"
Gracias.
Luis Mondragón
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