Lautréamont y Laforgue aparecieron como agentes de una
conspiración celeste. Se colgaron la delicada misión de sacar la parodia del
reino irresponsable de la opereta, para instalarla en el punto más cercano al
corazón tenebroso de la literatura. Trabajaron en paralelo, sin saber lo que
hacía el otro, enviados por la misma casa madre. Diferentes fueron los registros
sobre los cuales operaron. Para Lautréamont: chocantes, malignos y cósmicos.
Para Laforgue: frívolos y desolados. Pero apuntando hacia un mismo objetivo:
desbaratar todo respeto obligatorio por las historias y por las formas, tanto
antiguas como modernas.
Ambos nacieron en Montevideo, con catorce años de distancia.
Ambos atravesaron de pequeños el océano sobre un velero para educarse en
Francia. Los dos asistieron al mismo liceo en Tarbes, lugar de origen de ambas
familias y condividieron un cierto número de profesores. Ambos publicaron por
su propia cuenta. Ambos murieron antes de cumplir los treinta años. Los dos
hubieran podido decir como un personaje de la Vie parisienne: “Je suis uruguayen, j’ai de l’or, j’arrive de
Montevideo”.
En Montevideo, en una plaza detrás del Teatro Solis, en la
esquina de Reconquista y Juncal, hay una carabela de bronce que hoy se levanta
sobre el agua rancia y olorosa de una fuente y reune los nombres de Isidore
Ducasse y Jules Laforgue en un mismo monumento a su “genio renovador”.
“La folie Baudelaire”, Roberto Calasso, Adelphi Edizioni
2008, pag. 330.
Fotos: En alto Isidore Ducasse, debajo Jules Laforgue.
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