jueves, abril 12, 2007

Hambres de perro




Notable el efecto del primer hambre

Mi obra me pareció tan grande

Que emocionado y compadecido (de mí mismo)

Me puse a llorar

 

Hay algo allí que no se entiende…

¿Si esperaba la merecida recompensa

En el tranquilo bosquecillo

Porqué ponerme a llorar?

Por puro gusto

Siempre que me sentía a mi gusto

Me ponía a llorar

Después me pasaba todo en seguida

 

Las postales felices se fueron espaciando

A medida que se impuso

La seria realidad del hambre

Esto es el hambre

Me repetía entonces

Como si quisiera convencerme

Que el Hambre y Yo

Eramos dos cosas distintas

Y que podría sacármelo de encima

Como quien se libera de un amante fastidioso

Pero éramos una sola cosa

Y bien dolorosa por cierto

 

¡Fue una época espantosa!

Me da la impresión

Que entonces sobreviví

No sólo a causa del apetito

Sino gracias a él…

Pues lo más elevado se alcanza

Con los mayores esfuerzos

(Si postulamos, desde luego

Que lo más elevado

Pueda ser alcanzable...

En lo que a nosotros respecta

El hambre voluntario

Es el mayor de los esfuerzos)

 

Cuando reflexiono sobre aquellos tiempos

Pienso también en los tiempos que me amenazan

Toda mi vida de adulto

Me separa del hambre aquella

De la que todavía no estoy repuesto

Y mi menor apetito no creo me servirá de ayuda

 

Durante este largo intervalo

No ha escaseado formalmente el fruto amargo

Pero nunca llegó a ser suficiente para alcanzar 

El último trance:

La inocente agresividad de los años juveniles

Se consumó en esa penuria

 

En tanto yo

Me revolcaba de un lado a otro

En mi lecho de hojas sedientas

No podía domir

Oía ruidos espantosos que provenían de mi estómago

Y a pesar de mi fuerte resistencia a todos los olores

Sentía el aroma de los pechos de mi madre:

Con ellos desaparecieron mis últimas esperanzas

Allí había sólo un perro olisqueando en el vacío

 

Era evidente que la causa de mi muerte

No sería el hambre

El mundo se continuaba en una puerta

Que comunicaba con otro mundo

(Recordé que Mundus era la puerta sacra a Ceres

Y que abría al Reino Oscuro)

La Indiferencia les soplaba al oído

-Este se está muriendo

Pero uno no muere tan rápidamente

Como suele pensar un perro callejero

Una triple prohibición recae sobre el ayuno

Y pesa sobre los que no pueden dejar de hambrear

 

Quizás la verdad no estuviese demasiado lejos

Ni yo tan abandonado como creía

Tal vez no fuese sólo un Perro, el que fracasaba y moría...



Texto: Una paràfrasis del relato kafkiano, por Eduardo Magoo Nico. 

Ilustración: Guillermo Giampietro.

martes, abril 10, 2007

Dice Cadícamo: La carpa


En el solar que hoy ocupa el Plaza Hotel

barrio de la Baterìa,

hace setenta años, existìa

la famosa Carpa del Sargento Maciel…


En esa Carpa,

habìa una orquesta:

Violìn, flauta, bombo y arpa.

Los dìas de fiesta,

caìan las mulatas a bailar habaneras

de africano arremango.


Creo que de ahì, naciò el tango…

Sobre todo, uno, que nos da la pauta:

“Bartolo toca la flauta”,

cuya letra coreaban en las noches de antaño

los hijos de Africa -antecesores de la rumba-

que creìan en el Daño

y oficiaban los sacrificios de la Macumba.


El coro de la Carpa

acompañado de violìn, flauta, bombo y arpa

se escuchaba:


“Bartolo tenìa una flauta

con un aujerito solo

y la madre le decìa

tocà la flauta Bartolo”.


En las noches de enero,

ensayaba la negrada mandinga,

envuelto en un vaho selvàtico

de cuero y de katinga…


De ahì, salìan como hongos,

en carnaval,

las comparsas de Negros Congos:

“Sol de Mayo” y “Los Hijos de Iràn”.

Los negros de los carnavales fenecidos,

que en la calle de la gran aldea,

hacìan sus guerrillas

y sus peleas,

a base de zancadillas…


El tango, tiene concomitancia,

con el solar del Plaza Hotel

y con aquellas habaneras

que las mulatas cuarteleras

bailaban en la carpa del Sargento Maciel.


Puede decirse, entonces,

que si hoy, ese barrio, tiene importancia,

en algo, se lo deben a èl…


En conclusiòn: El tango,

no naciò en un turbio

y salvaje suburbio.

Naciò en Florida y Charcas,

donde estaba la carpa famosa,

del Sargento Maciel.


Enrìque Cadìcamo: “Poemas del Bajo Fondo”